lunes, 18 de febrero de 2013

‘¡¿Qué facciamo con i pomodori?!’ ( ¿Qué hacemos con los tomates?)”.

"Hacíamos concentrado de tomates en tabletas".
Enrique Santiago Langer llegó a Regina como empleado de la CIAC en 1928. Tenía entonces 17 años y hoy, a pocos días de cumplir 95, cuenta aquella experiencia por Susana Yappert.

Esta entrevista fue publicada en el Suplemento "El Rural" de Diario "Río Negro", sábado 13 de mayo de 2005.
Enrique Santiago Langer vive en Bariloche hace 15 años, pero su vínculo con la provincia comenzó hace casi 80, cuando fue contratado por la Compañía Italo Argentina de Colonización y se estableció en Villa Regina. Un poco por obra del azar, una mañana bajó de un tren para iniciar su vida en la Colonia Regina Pacini de Alvear, para él un lugar tan remoto como ajeno. Enrique había vivido siempre en la Capital y, de pronto, amaneció en una geografía esteparia, con bardas de un lado y alpatacos del otro. Este joven nada sabía del viento patagónico y de su furia. Apenas había transitado 17 años de vida en una de las principales ciudades del continente. Era nieto de un genovés de ascendencia austríaca. Su padre ya era criollo y vivía siempre en Buenos Aires junto a su familia.
Francisco asistía al colegio Carlos Pellegrini hasta que decidió cambiarlo por una academia para aprender contabilidad. Su padre tenía un comercio, pero quería otro destino para su hijo. Por eso no dejó pasar una oportunidad que se le presentó detrás del mostrador. “Una clienta tenía un contacto en el Banco Francés Italiano, que estaba en la esquina de San Martín y Cangallo –relata– y pocos días más tarde nos comunicó que habían aceptado su recomendación y que me contratarían para trabajar de administrativo en un nuevo emprendimiento colonizador, una colonia 100% italiana, la Colonia Regina”.
La Compañía Italo Argentina de Colonización (CIAC) había comprado unas 5.000 hectáreas que fraccionaron en parcelas de 10 a 15 hectáreas para ofrecer a inmigrantes italianos. “A medida que iban habilitando el riego y levantaba una casita en la parcela –cuenta Enrique– le otorgaban la tierra a una familia. Los colonos, cuando llegaban ya tenían asignada la parcela. La Banca Comercial italiana era la que financiaba todo el sistema. La CIAC tenía un hombre al frente de su planificación, el Ingeniero Bonoli y otro al frente de las obras de riego, el ingeniero Bicchi. Los inmigrantes que llegaban para hacerse agricultores, provenían de distintos lugares de Italia y si no hablaban el italiano no se entendían porque todos tenían dialectos diferentes.
“Fue un tiempo duro, sacrificado pero intenso. Yo no estuve para la fundación, llegué tres años después, aun así tenía contacto con cada uno de los italianos que fueron a vivir allí. Me acuerdo del primer día de trabajo. Me pidieron que escribiera un texto en una máquina de escribir pero como estaba nervioso puse el carbónico al revés (risas). Aprendí mucho esos años. De algún modo vi nacer el pueblo. Me ocupaba de la venta de tierras, de cobrar las cuotas, era el nexo entre la CIAC y los inmigrantes. Aprendí el italiano, aún lo escribo y lo leo. Recuerdo que los colonos que llegaban hacían inmediatamente sus huertas y plantaban lo que salía rápido, como tomates o vid y luego pasaban a las plantaciones de manzanas, peras, ciruelas o duraznos”.
De aquellos primeros tiempos, Enrique guarda riquísimas anécdotas. Puede reconstruir aquel nuevo mundo que se desplegaba para estos laboriosos italianos que llegaban esperanzados, imaginando un paraíso que no existía o que no encontraron nunca. Los que se decidieron a construirlo –si vale el término– lo hicieron sólo a fuerza de trabajo durísimo que terminó venciendo a una geografía hostil y a una realidad aun más hostil, la de un país distinto y cambiante que les enseñó secretos y estrategias para mantenerse a flote. “Hubo momentos difíciles –explica Langer–, momentos de crisis en los cuales algunos colonos decidieron dejar todo e irse, se desanimaron cuando vieron que no podían pagar su tierra. Hubo quienes pelearon durante mucho tiempo con el salitre que tenía la tierra y otros que aguantaron los malos tiempos, se quedaron, superaron sus dificultades y resistieron a la hora de los remates”.
CHE FACCIAMO CON I POMODORI?
Pasaron los años y Langer fue contratado por una fábrica que se instaló en la Colonia Regina. La firma se dedicaba a industrializar el tomate que se cultivaba en la región. “La fábrica era Torrigiani & Bagliani y me mandaron como colaborador de las cosechas. Estábamos durante el invierno en Buenos Aires y nos íbamos a la Colonia Regina para las temporadas. Ya estaba casado y fueron llegando mis hijos: Norberto, Norma y Ernesto. Mi hija Norma casi nace en Regina. Mi mujer era de Buenos Aires, habíamos ido juntos a la escuela y aceptó ir conmigo a Regina, me acompañó toda la vida. Mi esposa se llamaba Luisa Marfa Conti, bautizada con el nombre de una protagonista de una novela rusa que leía su abuela en Italia. Pasábamos las fiestas en Buenos Aires y después nos instalábamos en el Valle hasta fines de marzo o principios de abril. Viajábamos en tren. En esta empresa estuve muchos años. Cuando trabajaba para la CIAC, tomé contacto con Torrigiani & Bagliani. La firma hacía extracto de tomate con la marca Scala, tomate pelado de la variedad Samarsano, perita, y también redondo. La fábrica era importante, bastante bien puesta”.
Los chacareros llegaban a la fábrica en chatas tiradas por caballos, como planchones con los cajones de madera llenos de tomates, recuerda Norma, hija de Enrique. “Había temporadas buenísimas y otras muy bravas. Sobre todo cuando había más tomates de los que se podían comprar y los chacareros no sabían qué hacer con la cosecha. Nos atorábamos de tomates. Los pagábamos 3 centavos el kilo. Recuerdo a un colono Chiachiarini que se paraba frente a la puerta de la fábrica y gritaba: ‘¡¿Qué facciamo con  i pomodori?!’ (¿qué hacemos con los tomates?)”.
Durante la Segunda Guerra Mundial hubo desabastecimiento de muchos productos, entre ellos, la hojalata que utilizaban para envasar los tomates, de modo que fue indispensable sustituirla. Enrique cuenta que durante algunos años deshidrataban los tomates y los envasaban con una técnica muy peculiar: “Hacíamos en concentrado de tomates en tabletas. El Tomacó. Se desecaba el tomate, se cortaba en rectángulos y se los guardaba apilados en una cajita”. “Creo que venían de a 10, eran como curitas más grandes envueltas en papel celofán –grafica Norma–. Uno sacaba la tableta y la metía en un jarrito con agua tibia para disolverlo. Cuando se hacía el Tomacó, ponían los tomates en un secadero enorme, metían los tomates en unas sarandas cubiertas de una tela de algodón y los secaban al horno para deshidratarlos”.
Durante el tiempo en el cual Enrique trabajó en la Colonia, y en tiempo de cosecha la fábrica trabajaba 24 horas en tres turnos. El director era entonces el Cavaliere Migniani.
Enrique recuerda también a otras personas que trabajaron con ellos. A María Civardi, esposa del chofer de la fábrica y que los ayudaba en la cocina, su marido se llamaba Domingo y su cuñado Aquiles Civardi, que era carpintero allí. “Convivían con nosotros –cuenta Langer–. Una vez fuimos juntos a San Martín de Los Andes. Recuerdo a los Piccotti, nuestros vecinos, al doctor Canali, también director de la fábrica y que sucedió al Cavaliere Migniani. El doctor Canali llegó solo y luego vino su familia, su señora Yolanda y sus dos hijos, Iza luego de Longhinotti (que todavía vive en Regina y se comunica con nosotros) y Gildo. También me acuerdo de los Piccinini, uno estaba en la oficina y otro era mecánico de la fábrica”.
Norma cuenta que cuando llegaban a Regina para pasar el verano los esperaban los hijos de los chacareros. “Era una fiesta el reencuentro con ellos cada temporada. Andábamos en bicicleta por las chacras, jugábamos todo el día. También recuerdo el teléfono a manivela que tenía la fábrica, que comunicaba a una central telefónica y la publicidad de los tomates Scala que la radio repetía”.
La familia Langer tenía una casa en la puerta de la fábrica. Todos los domingos, iban a esperar el tren, en él llegaban los diarios y las noticias de la capital. Les divertía ver a los viajeros que llegaban en cada servicio, la gente nueva, las familiares y las visitas de los residentes. Otra de las actividades recreativas que tenía la familia Langer era ir al Círculo Italiano. “Ibamos a ver las compañías de ópera y opereta que venían de Buenos Aires. Los espectáculos siempre eran a sala llena, llena de nostálgicos italianos que iban a deleitarse con su música. También participábamos de los carnavales que eran muy alegres. Era un mundo distinto. De diversiones más simples y en familia. Los chacareros y empleados de la fábrica, tenían otro entretenimiento: salían en camiones a cazar, tenemos alguna foto en las que hay un grupo de hombres con sus escopetas”.
De Torrigiani & Bagliani Enrique pasó a la parte comercial del producto operada por Fioravanti y Cía. “Es la fábrica de la chimenea que se ve cuando uno llega a Regina, ellos vendían los productos nuestros, de los tomates Scala”. Luego de años de viajes entre Regina y la Capital, Enrique fue trasladado a Quilmes, a Giraud, otra industria de comestibles también de Fioravanti. “Allí hacían encurtidos, enlatados varios, tomates, antipasto, pickles, y los carcchiofini. Eran los cardos pequeños que traía en canastos, generalmente eran mujeres las que cosechaban esos brotes para vender y los envasábamos. Se comía el corazón del brote, que era como un alcaucil.”
La familia Langer volvió a la capital en 1950. Por esa fecha Enrique trabajaba en las oficinas de Hipólito Yrigoyen de Fioravanti y –luego de tantos años en la firma y en premio a su eficiencia– fue habilitado, es decir que participaba en las ganancias de la empresa. Esta situación duró unos años, hasta que Fioravanti cerró, como tantas empresas en aquella Argentina del Proceso. Luego Enrique pasó a la firma Gargantini donde se jubiló. Del 80 al 90, ya jubilado, siguió trabajando en una empresa de la cual se retiró por cuestiones personales.
EL REGRESO A RIO NEGRO.
Enrique enviudó en 1971 y muchos años siguió viviendo solo en Buenos Aires. Su hija Norma se había cansado de la ciudad y se instaló en Mar de Ajó, junto a su marido Bruno Julio D´Avanzo y sus cuatro hijos: Bruno, Cristina, Pablo y Diego.
Enrique los visitaba con frecuencia, pero luego de una década Norma y su marido decidieron partir con un nuevo destino: escribieron a varias ciudades para conseguir información y se decidieron por Bariloche. Subieron a sus chicos, ya adolescentes, a una camioneta, y llegaron a la región de los lagos.
Inmediatamente consiguieron trabajo, Norma era maestra y su marido, técnico en televisores. La familia se adoptó bien y echaron raíces en esta provincia. “Ellos iniciaron el regreso a Río Negro –afirma Enrique–. Otro de mis hijos también vive aquí y el otro en Italia. Yo me mudé hace algo más de 15 años a Bariloche. Casi toda mi familia estaba acá y no tenía sentido seguir solo en Buenos Aires. Creo que he vivido tantos años porque tuve una vida sana, una familia longeva, de hecho tengo a todos mis hermanos vivos y alrededor de los 90 años, y sobre todo por el amor de mi familia. Mi hija me invitó a vivir con ella y con su familia y me cuida horrores. El afecto de todos me ha permitido llegar tan bien a los 95 años”.
En la casa de la familia D´ Avanzo-Langer hay todo el día movimiento. Norma mima a todo el mundo, desde que se jubiló se dedicó a hacer cursos en el INTA y experimenta haciendo dulces deliciosos. Su marido, como todos los años en que hay un mundial, está tapado de trabajo. Enrique vive en un departamento independiente dentro de la casa pero está permanentemente acompañado. En su loft lee el diario todos los días, se cocina y disfruta de sus hijos, sus 11 nietos y 19 bisnietos, algunos de los cuales entran y salen de la casa repartiendo besos al abuelo, quien no se cansa de decir que es el amor lo que le ha dado tanta vida.

2 comentarios:

  1. Rosarina por nacimiento, soy reginense por adopción desde que llegué a esta ciudad, en 1980. Buscando algunas imágenes históricas de Regina para un proyecto, me enganché con ‘¡¿Qué facciamo con i pomodori?!’ y me emocionó enterarme del origen del "Tomacó" que allá por el 57, calculo, mi mamá usaba en Rosario!!!!!!! Eran como los chicles en tableta, sí! Recuerdo que uno de mis primeros "mandados" fue ir solita al almacén de la vuelta ("lo de "Carusso"), a comprarlo!!!!!!!!!!!
    Y recuerdo que algunos años después (no muchos!), durante un brindis de fin de año, también en Rosario, todos elogiaban la sidra: "La Reginenese". A alguien se le ocurrió preguntar de dónde era y yo leí le etiqueta que decía "elaborada en Villa Regina". Nadie sabía dónde era, pero la obviedad (regina-reginense) causó mucha gracia y originó momentos que hicieron inolvidables esos momentos.
    Sin duda, Villa Regina era mi destino. Acá nacieron 3 de mis hijos, 5 de mis nietos; acá transité la mayor parte de mi vida laboral y este es el lugar que elegí para vivir el resto de mi vida!.

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  2. Que alegría encontrar la nota del diario que le hicieron a mi abuelito" el yeye".
    Cuánta historia...mi mami siempre nos cuenta su paso por Villa Regina. Taaantas anecdotas!!!
    Hermosa nota.

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