viernes, 21 de abril de 2023

21 de abril del 2000: fallece Horacio Jorge Santangelo una GLORIA BIEN REGINENSE.


Fue y será “el Horacio” o “El Gringo” de la gente, del pueblo, de Villa Regina y del Valle.

Cada uno lo recuerda a su manera, con nostalgia, admiración, idolatría o felicidad y le agrega la sal y la pimienta a gusto a su relato...



* AQUELLAS TRANSMISIONES DE RADIO: Atento José Luis, te cambio por sidra La Reginense. ¡¡Adelante el avióoonnnn!!""Transmite el avión del Banco de Río Negro y Neuquén. Estamos volando sobre el puntero de la Vuelta de la Manzana el piloto Colletti S.A. Horacio Jorge Santángelo a la altura del paraje Plumas Verdes. Curva a la izquierda a toda velocidad. Un paisano a caballo lo saluda, dos chicos corren hacia el alambrado. Nosotros estamos espantando unas ovejas que cruzan el camino. ¡Marcha rauda del piloto reginense rumbo a General Roca!".
De las transmisiones de radio de LU 19 Radio La voz del Comahue de Cipolletti de "Casanova Competición, una empresa de competencia sin competencia" marcó una época. Quizás tuvimos la suerte de vivir la mejor época del automovilismo zonal. ¿Comprendido Adalberto?. Una marca registrada de Adalberto Casanova.


Esta noticia publicaba el Diario Río Negro a los lectores al día siguiente.


Murió Horacio Santángelo, un auténtico ídolo de los valletanos.

Horacio Jorge Santángelo tenía 51 años. Una cruel enfermedad que lo atacó hace unos pocos años agotó su vida. Durante casi tres décadas fue una figura reconocida en el automovilismo, siendo el zonal que ganó por primera vez una Vuelta de la Manzana.

El deporte está de duelo.

Ayer murió Horacio Jorge Santángelo, uno de los últimos ídolos que tuvo el deporte regional.

Como piloto, excepcional. Como ser humano, doblemente excepcional.

Tenía 51 años cuando una penosa enfermedad terminó tronchando una vida que había sido plena de entusiasmo, consistencia, valor y fuerza. Un dolor muy fuerte embarga a todos. A quienes tuvieron la dicha de estar cerca suyo en el amor y el afecto, como a aquellos que lo trataron o conocieron a la distancia.

Es probable que en el último cuarto de siglo no haya existido otro piloto capaz de conquistar tanta admiración y cariño como este «Gringo».

Se hizo reginense por adopción, porque en realidad nació -el 13 de setiembre de 1948- en Cañadón Seco, un pueblito de Santa Cruz, donde cuentan que el suyo fue el segundo nacimiento asentado en los registros de aquella localidad bien sureña.

Amó al deporte desde muy chico. Tenía apenas dos años y a bordo de un cochecito a pedal gambeteaba mesas, sillas, macetas, metiéndose en el barro y la arena. En fin, ensayando piruetas que lo llevarían a ser un especialista en ese arte de tener un volante en sus manos. Tenía ocho años cuando se trepó al Rastrojero de su padre. Fue su primera experiencia con algo que hiciera mucho ruido; luego «probaría» un Plymouth 53, posteriormente un Chevrolet Diesel y un Chevrolet Súper.

Pasaron los años. A su pasión aún bisoña por el vértigo, le añadía otros deportes. La bicicleta para andar todo el día por el pueblo y el fútbol. Su estampa lo favorecía para desempeñarse como un «líbero», ayudando al equipo de baby-fútbol a lograr varios campeonatos.

Sin embargo, lo suyo pasaba por la velocidad. Tenía 22 años y…¡a la pista! Fue en Roca, cuando en la pista de la AVGR se circulaba en el sentido contrario al de las agujas del reloj. Piloteaba un Fiat 1500 y para graficar su perfil baste decir que en cada curva el auto se ponía en dos ruedas, a casi 45 grados del piso. Le era indistinto que las cubiertas apoyaran pavimento o tierra. El manejaba igual. Le pasó una vez raspando a la torre de control y en otra caprichosa maniobra por poco «desviste» a un policía, que quedó tieso del susto.

En los circuitos de la zona fue construyendo la figura de un gran corredor, ganándose la simpatía y admiración.

Pero su momento cumbre fue en el 1973. 

En la séptima Vuelta de la Manzana. Una carrera «en serio», como él mismo definía grandes premios donde había que acelerar y manejar durante tres, cuatro, cinco o seis horas. «Ahora te organizan primes de cinco, diez o quince minutos. Esas no son carreras», solía decir ya en los años noventa, cuando la innovación se había instalado en los rallíes argentinos.

Aquella vez, la «Manzana» se largaba en Viedma y la primera etapa concluía en Roca. Después había que ir a desafiar la montaña, atreverse por los intrincados y peligrosos vericuetos del Rahue, pasar por Junín, San Martín, La Angostura y hacer escala en Bariloche.

A Santángelo lo acompañaba su primo, Jorge Omar Dall»Argine. Habían armado a pulmón una cupé Fiat 125. Era de color gris y en sus puertas tenía estampado el número 221. Muchos rivales de fuste. El equipo Peugeot en pleno con sus mejores ases: «Pepe» Migliore, Norberto Castañón, Paco Mayorga, Juan Vallasciani. Los Fiat con «Cacho» Fangio, Carlos Pascualini, Angel Di Nezio o el «Colorado» Zunino.

Santángelo era piloto privado. Ni oficial, ni semi. Solo. Pero la carrera propiamente dicha demostró cuánto era capaz. La escudería «italiana» atravesó una debacle. Sólo quedaba Zunino (cuarto) y el reginense con su Fiat en el decimotercer lugar al cabo de la primera etapa. En ese grupo, tres Fiat contra ocho Peugeot. El equipo pidió que «viajaran» juntos, pero Santángelo puso condiciones. «Si bajo antes a la tierra, sigo primero yo». Pacto respetado. En Bariloche se terminó la esperanza de Zunino y Fiat, ante otro fracaso oficial, apostó todo en el «Gringo».

La última etapa de aquel domingo 25 de marzo fue para no olvidar jamás. La historia indicaba que el puente de Neuquén era una muralla infranqueable para los Fiat. En la ruta, Migliore lo pasó a Santángelo y la angustia ganó a todos. Pero luego, cuando se detuvo aquél, Santángelo recuperó la punta y los miles de brazos en alto en el saludo triunfal en Roca, pusieron el rótulo para una de las mejores páginas de la historia deportiva regional.

Esa victoria fue como escribir con letras de molde y eternas el nombre de Santángelo en el automovilismo nacional. Los grandes premios y las pistas lo tuvieron como un gran símbolo zonal. A bordo de cualquier auto Santángelo fue figura. Les dio pelea a los más pintados: Migliore, Garro, Castañón, Mayorga, García Veiga, Alcuaz, «Pepe» Cano, Carlomagno, Pisandelli -algunos vencidos en el «73-, o después haciendo temblar a Recalde, Moroni, 

Raies, Soto, entre tantos otros de una y otra época.

Más allá del resultado, su presencia en cada evento tuvo el sello propio de alguien que, aún veinteañero, expresó que «en un auto de carrera, hay que ser valiente. Jugarse la vida». El fue de esa clase.

Gozó los éxitos y sufrió mucho los contratiempos. La vida también lo golpeó muy fuerte. El 26 de noviembre de 1979, en un Gran Premio, la cupé Fiat azul volcó en una curva de la ruta provincial 6, a poco de largar en Roca. Ahí murió su primo y acompañante, el «Bebe» Dall»Argine.

Su última experiencia fue en el «98. Como despidiéndose de su gente, brindó un show de manejo y audacia en el descenso por la intrincada barda reginense.

A su actividad deportiva le añadió otra, la política. Desde muy joven levantó las banderas del justicialismo. Su figura estuvo a un paso de catapultarse cuando fue precandidato a gobernador, pero resignó a una contienda interna en pro de la unidad.

En ese rubro también exhibió su vocación de hombre leal a una doctrina.

En la otra carrera, la de la vida, tuvo una etapa que no pudo terminar. Eso sí, la peleó hasta el final. Con las mismas agallas y voluntad que cuando tenía un volante en su poder.

Vaya paradoja: les ganó a los más grandes, pero no pudo llegar a ser campeón. Aun así, cosechó la admiración de todos. Fue de esos tipos hechos y derechos. Lo demostró siempre.

Por eso, su final nos conmueve.

Alfredo E. Celani.

Esto publicaba el Diario Río Negro un 22 de abril del 2000.

Yá se han realizado muchas entradas blogueras; hacer clik en etiquetas donde dice "Horacio Santángelo Villa Regina" para verlas sí se desea pero bien vale hoy otra más.

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