domingo, 31 de mayo de 2020

El italiano Angel Rossi decidió buscar un mejor futuro. Llegó a la colonia Villa Regina con su esposa y sus dos hijos. Allí labró su tierra y consiguió paz, trabajo y libertad.

HISTORIA DE VIDA.
La lucha contra el clima hostil patagónico 
El italiano Angel Rossi decidió buscar un mejor futuro. Llegó a la colonia Villa Regina con su esposa y sus dos hijos. Allí labró su tierra y consiguió paz, trabajo y libertad.
Luego de haber participado como sargento en la Primer Guerra Mundial, Angel decidió que buscaría un mejor futuro para sus hijos en el Alto Valle de Río Negro.
Angel Rossi mientras luchaba en la guerra.
Sus hijos Bruno y Dina 
poco antes de viajar a Argentina.
Provenientes de la provincia italiana de Siena, la familia Rossi decidió emigrar a Argentina en búsqueda de paz, trabajo y libertad. Como inmigrantes de la colonia Villa Regina trabajaron duramente en los tiempos más difíciles y en las condiciones más adversas.
Pero la recompensa llegó y consiguieron hacer sus sueños realidad y ofrecer a sus hijos y nietos un futuro sin hambre ni guerra.
Angel Rossi nació el 18 de marzo de 1889 en Sinalunga, Siena. Allí se casó con Concepción del Toro quien había nacido el 26 de marzo de 1892 en Montepulciano, un poblado de la misma provincia.
El matrimonio vivía junto con sus dos hijos, Bruno y Dina, en un campo en el que cultivaban trigo y tabaco. Todo era trabajo artesanal, cuando recolectaban el trigo, lo secaban, lo seleccionaban, lo empaquetaban y vendían ellos mismos.
Pero Angel participó como sargento de la Primer Guerra Mundial y esa experiencia fue el principal motivo por el que decidiera emigrar con su familia hacia América. Años después, su hijo Bruno escribiría que “...por temor a otra guerra que ya se sentía cerca en Europa y por falta de trabajo buscan una tierra que les dé paz, libertad y trabajo”.
Así, Angel llegó en setiembre de1924 a Argentina y se instaló en Buenos Aires, donde comenzó a trabajar en un horno de ladrillos. Fue en esa ciudad donde se enteró de que la Compañía Italo Argentina (CIA) se había instalado para crear la colonia Villa Regina.
Esto abrió una esperanza para el inmigrante, quien decidió enviar una carta a su esposa para que viniera a este país con sus hijos. En ella le dijo que trajera todo lo que pudiera. Así, Concepción embaló desde ollas hasta colchones y se embarcó en el Valdivia.
Después de cuarenta días, el 25 de febrero de 1925, llegaron al puerto de Buenos Aires Concepción, Bruno, que ya tenía 5 años, y Dina, de 4. Pero en inmigraciones se encontraron con una sorpresa. Angel no había recibido la respuesta de su esposa, por eso cuando ella llegó con sus hijos, el no fue a buscarlos.
Concepción lo único que sabía era que su marido trabajaba en un horno de ladrillos y con sólo ese dato salió a buscarlo por la gran ciudad. Por suerte, después de muchas averiguaciones, un carnicero la llevó en su carro hasta el trabajo de Angel y así, la familia se reencontró luego de varios meses de separación.
El viaje había sido largo pero debía continuar. Los Rossi tomaron el tren hasta la estación Ingeniero Huergo. “Era todo monte cubierto por la densa flora silvestre”, recordaba Bruno.
Cuando llegaron a la estación, Angel debía avisar a la CIA de la llegada de la familia y, como no tenía otros medios, comenzó a caminar siguiendo las vías hasta la nueva colonia. Luego de recorrer quince kilómetros a pie, finalmente encontró las oficinas y pudo dar aviso.
“Los fueron a buscar en una chata enorme que tiraban con tres caballos (cuando estaba muy cargada de peso le ponían hasta seis caballos) –cuenta Cecilia Sestan, esposa de Bruno–. Mi suegra vio eso y se quería volver. Las llantas eran de hierro. Ella decía ‘adónde vine a parar’. Allá tenían sus casas, campos, otra vida. Quería volverse, pero no tenían con qué”.
Mientras Angel desmontaba el terreno que le correspondía y construía su casa, la compañía les dio una casilla muy precaria. Finalmente, el 15 de agosto pudieron instalarse en su propia tierra.
“Era todo monte, lo desmontaban con caballos y rastrón de mano –cuenta Cecilia–. El viento tapaba en las noches todo lo que habían trabajado de día. Primero plantaron viñas y luego frutales. Esperando que el campo comenzara a dar frutos, Concepción lavaba ropa, hacía pan y cocinaba para las cuadrillas que hacían los canales de riego. Ella no paraba nunca, era una máquina”.
En Argentina nacería en 1932 el tercer hijo de la pareja al que, como una especie de homenaje a su nueva tierra, llamaron Américo.
Los chicos comenzaron sus estudios en la Escuela Nº 52 que quedaba en el pueblo, a cinco kilómetros de la chacra. “Mi suegra contaba –continúa Cecilia– que a veces, cuando se hacía de noche y no llegaban, salía por el camino por el que ellos debían venir y gritaba ‘¡Bruno, Dina!’, hasta que los encontraba. A veces venían con las alpargatas en la mano porque si no, las perdían en el barro”.
Liliana, hija de Bruno, relata algunos de los recuerdos que le transmitió su padre sobre los primeros años en Regina. “El sol, el calor y la tierra les quemaban los pies cuando caminaban y a veces no se podía comer del mosquerío que se juntaba. En ese entonces, Regina estaba llena de barro y de mosquitos”.
“Cuando iban al pueblo a comprar, lo hacían en una rastra (dos troncos paralelos unidos con maderas que se ataban a los lados) tirada por un caballo. Llegaban todos llenos de polvo pero no tenían otra forma de volver con la carga de las mercaderías”, agrega Cecilia, su madre.
El trabajo era tan duro y el clima tan hostil que los chicos tardaron más de lo debido para concluir sus estudios. Finalmente Bruno terminó el sexto grado de la primaria en 1935, cuando ya tenía 15 años.
Al terminar la escuela, el joven Bruno comenzó a trabajar para ayudar a sus padres porque la producción de la chacra valía muy poco. Así, ingresó en la Compañía de Irrigación, el Agua y Energía de la época, haciendo los desagües en Villa Alberti. Se quedaba toda la semana allá y recién volvía a casa durante los fines de semana.
Dos años después comenzó a trabajar en la embaladora de la familia Mungai y más tarde en la firma de Guido Pancani, dos familias que habían inmigrado de la misma región que los Rossi.
“En 1950 hice mi vivienda, cuando me incorporé como encargado del galpón de empaque ‘La reina del Valle’ –escribía Bruno pocos años antes de su fallecimiento para dejar testimonio de su vida a las futuras generaciones–. Mientras, trabajaba en la chacra haciendo mejoras. En reuniones entre vecinos, conocí a Cecilia Sestan que vivía en Roca. La visitaba sólo los domingos”.
Bruno se casó con Cecilia y se mudaron a la chacra de los Rossi, donde nacieron sus hijos: Liliana, Rubén, Héctor y Graciela. Allí, junto a Angel y Concepción, cuidaban el crecimiento de su plantación.
Cecilia recuerda que, aunque Angel se había adaptado a la vida en Argentina, Concepción no seguía los ritos criollos. “Nunca quiso tomar mate y siempre hablaba en italiano. Aunque yo soy descendiente de alemanes me acostumbré a entender ese idioma por ella”.
“En 1960 me independicé. Con mi hermano Américo compramos un camión Ford y viajábamos a La Pampa y a Buenos Aires a comercializar nuestra producción. En 1967 instalamos el galpón Rossi Hermanos. Mis padres fallecieron en 1982 y se disolvió la sociedad”, sintetizaba Bruno.
Cada uno de los hijos de Bruno tomó su camino. Rubén se encargó de la chacra, las mujeres estudiaron, se casaron y dejaron el primer hogar de sus abuelos.
Pero en todos ellos está grabada para siempre la unión de una familia que vive lejos de sus raíces.

Autora: SUSANA YAPPERT.
Publicado en "EL RURAL" del Diario "Río Negro", sábado 25 de febrero del 2006.
Imágenes: Diario "Río Negro".

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