por Walter Ventura.
Un periodista viajero nos lo cuenta:
Ulderico Tegani, periodista italiano de la revista “Le vie d’Italia e dell’America Latina”, publicada por el Touring Club Italiano, experto reportero de viajes, describe detalladamente y con excelente pluma, como si pintara con palabras un cuadro de la Colonia Regina en 1928!!!!
Entre otras cosas, cuenta el viaje en tren; la tormenta y el viento; la llegada a la estación de trenes; el camino hasta la Administración de la CIAC y el encuentro con la familia Bonoli; las construcciones que se están haciendo y las calles que se están abriendo; describe la I, la II y III zona, y culmina con un retrato sin nombre de una emigrante recién llegada. Dentro de la documentación de la historia de Regina no hay nada igual o parecido.
Al final del artículo dejamos datos sobre: Ulderico Tegani, la publicación original y como llegó hasta Villa Regina.
LA COLONIA REGINA de Ulderico Tegani.
Página inicial del artículo original de Ulderico Tegami. |
INICIATIVA ITALIANA EN ARGENTINA.
La Colonia Regina se encuentra en el territorio de Río Negro, a 1106 kilómetros de Buenos Aires, lo que significa 23 horas en tren. No diré que son muchos, pero en verdad no me importó que una combinación feliz las redujera a 10, cuando quise visitar la Colonia. Estaba en Bahía Blanca, y esta, que puede ser una parada agradable en el viaje, lo fue realmente para mí, aunque en lugar de bajar del norte, subí del sur, ya que había llegado allí desde la remota Bariloche patagónica. Sin embargo, el viaje fue limitado para mí a 466 kilómetros, desde Bahía Blanca hasta Villa Regina, punto intermedio en esa línea del Ferro Carril Sud, acercándose a los Andes y Chile por el camino de Zapala que a su vez constituye un pasaje intermedio entre el de Mendoza-La Cumbre, el único pasaje ferroviario entre las dos repúblicas, y el de Bariloche-Laguna Frías.
El viaje completo se realiza dos veces por semana, para el viaje de ida el miércoles y domingo. Comienza en Bahía Blanca a las 18:50 hs. para llegar a Villa Regina a las cinco de la mañana siguiente. Esperaba encontrar un tren modesto, y en su lugar encuentro un tren normal, completo con un vagón restaurante, los vagones están forrados de madera oscura brillante, adornados con asientos de cuero, carpetas tejidas y decorados con fotografías de la región.
Primero cruzamos los suburbios de Bahía Blanca, luego nos sentimos consolados por un golpe de aire marino y corremos por la llanura llana y desierta, quebrada de cuándo en cuándo por manchas de oasis y de casas blancas dispersas. La noche desciende sobre el panorama monótono y se ven brillar luces de vez en cuando. Además, no se puede esperar nada de un viaje nocturno; pero para aliviarnos el aburrimiento, se levanta el viento: un viento tremendo, que grita, silba con violencia desesperada. Entonces hermosos destellos iluminan el cielo, y cuando llegamos a Río Colorado, llueve que Dios lo envía. Al norte del río se encuentra la provincia de Pampa y este famoso nombre es suficiente para darme razón, no tanto de la tormenta que termina disminuyendo, cuánto del terrible viento que sigue silbando toda la noche.
Es el “Pampero” que se enfurecen, no solo aquí donde la geografía le asigna su dominio reconocido, sino en todo el territorio del Río Negro, ya que, después de la visita a la Colonia fui a espiar Cipolletti, al regreso, el viento nuevamente me dio su estrepitosa compañía, de modo que el tren parecía más bien un barco pisoteado por un huracán. Parecía elástico: se balanceaba y se sacudía como una serpiente epiléptica, y todo se movía como si se desmoronara de un momento a otro. Al terremoto debemos agregar el polvo que el viento del diablo levantó de la inmensa llanura, arrojándolo contra el convoy y haciendo que penetre a través de todas las grietas. De vez en cuando, un asistente a cargo de la limpieza pasaba su plumero por los asientos, los respaldos y las ventanas. ¡Pero que! Poco después, una capa blanca yacía allí nuevamente.
Viento y polvo, estos son mis recuerdos más vívidos de estos dos trayectos nocturnos en tren. Pero entre uno y otro hubo una pausa en la colonia italiana, y el recuerdo que esta me dejó no está empapado de polvo ni perturbado por el viento; sino que me sonríe en la memoria como un recuerdo tranquilo y sereno.
En Villa Regina encuentro una bonita estación, recientemente construida en lugar del primitivo edificio, que es una pequeña casa modesta un poco más allá. Lo bello es que inmediatamente se había alzado un hotel frente a ella, que ahora permanece un tanto lejano. Es así que esta Villa Regina, nacida hace tres años, ya ha tenido dos estaciones; pero, más allá del hotel, ahora cuenta con panadería y carnicería, algunos almacenes y algunas tiendas y su iglesia de ladrillos, la iglesia de la Reina del Rosario, que dulcemente suena sus campanas temprano en la mañana.
Bella es la aurora entre el morado y azul índigo del cielo, parcialmente nublado. Todavía caen unas gotas de lluvia, pero pronto sale el sol. El tren parte, continúa su marcha hacia Zapala. Algunos viajeros, que descendieron conmigo, se van; saben a dónde ir. Yo no. Mientras la estación se vacía, miro a mí alrededor. Ante mí, se extiende la gran llanura. A mis espaldas emerge una especie de fortaleza, un baluarte natural, una extraña cresta gris terrosa y desnuda que parece una pared y de la cual sale un extraño monolito, como en guardia. A mis pies, más allá de una corta pendiente, se perfila el pequeño pueblito.
Una serie de edificios aún dispersos, casas, casitas y algunas de ellas tienen aires de una pequeña villa y muestran las franjas oscuras que adornan la fachada según el gusto nórdico. La impronta argentina está dada por las brillantes ruedas de las bombas aéreas, y el sabor genérico del país se afirma con el verde que mancha el fondo ligeramente sombrío de la tierra y el pueblo, aún rústico e incipiente, con su tono adorable.
El pueblo todavía duerme, pero cantan los gallos. Solo transitan con sus carros el ayudante del carnicero y del panadero. Hablo en italiano y ellos, que Dios los bendiga, me responden en italiano. Me indican que dos galpones más abajo, con ciertas letras misteriosas que quieren sintetizar el título, el cartel de la Compañía de Colonización Italo-Argentina. Por lo tanto, allí está la Dirección de la Colonia.
Me pongo en marcha por la calle principal y luego tomo un camino que me lleva a la suave sorpresa de un pequeño río, cortado por delgados puentes de madera y recorrido por plácidos patitos. Parece una escena japonesa. Cruzo por uno de los puentes y voy a curiosear alrededor de la sede de la Cooperativa colónica, el edificio de la «Gerencia» es una especie de castillo almenado en el que supongo que es la residencia del gerente, el ingeniero Felipe Bonoli. Las puertas están abiertas, pero hay que ir con cuidado. Visto que un perro grande, en guardia, me gruñe en un tono bastante amenazante; pero afortunadamente está atado con cadena, valientemente me aventuro y me siento en un banco, donde me viene a hacerme compañía otro perro, libre pero manso, y un lindo gatito confidente que hace ron-ron. El sol me invade. Al rededor, en el pequeño y tranquilo jardín, los patos y las gallinas hacen sus versos y espían a los pajaritos. Sí, es un idilio rural, y disfruto de toda la rara dulzura.
Aparece una chica, una empleada, que no está sorprendida y menos aún teme al intruso penetrado con la aurora en el domicilio y, mientras se apresura en realizar sus tareas sin hacer ruido, cumple los deberes de la hospitalidad con espontánea gracia, preparándome un café e invitándome a acomodarme en la casa. ¿Necesito lavarme los ojos, refrescarme la cara después de la noche de insomnio? En el cuarto de aseo: hay un lavabo, hay un baño, hay un espejo, hay todo lo que puedo necesitar y solo tengo que usar mi talento.
Lentamente, me muevo en silencio, para no perturbar la paz matutina de la vivienda, para no despertar a nadie en esta hora, quizás indebida y ciertamente deliciosa para quienes duermen. Pero la familia, que no está acostumbrada a holgazanear, se despierta de todos modos, y así despierta el pueblo, que no es perezoso, la Colonia se despierta, acostumbra a levantarse con el primer sol. Aquí está el ingeniero Bonoli, un rubio rosado sonriente; y sus hijos que están aquí de vacaciones, prósperos y robustos; y aquí está la señora, la buena dama que comparte con su esposo la no fácil existencia en este exilio rural y conforta sus noches tocando el piano que veo allí en la esquina de la habitación.
Una mujer elegida, una esposa audaz, como tiene que ser la hija de un pionero italiano, el cual redimió estas tierras, que extendió y disciplinó las aguas del Río Negro, que trazó la red de canales que hoy son sus arterias y sus preciosas venas: el ingeniero Cesar Cipolletti. Más allá del exuberante pueblo del general Roca y del elegante Allen, a cien kilómetros de aquí, en medio de una fértil llanura, marcada por altos álamos, que defienden los campos de cultivos de los fuertes vientos, y bañados por los largos surcos de los canales que la riegan, un pueblo que perpetua en el tiempo el recuerdo y el nombre de un digno ingeniero nuestro; un pueblo llamado Cipolletti. Estos son los blasones de la nobleza en la América joven. Cipolletti, verde de árboles, llena de frutales: esta es la criatura que glorifica la obra del benefactor.
Aquí está madurando otro trabajo digno de él y del cual su hija parece un hada, elegida por el destino y colocada junto a un hombre enérgico, paciente y perseverante: el ingeniero Felipe Bonoli, promotor y jefe de la nueva Colonia Regina.
Colonia Regina, Villa Regina, Reina del Rosario: todos estos nombres, diferentes y, sin embargo, similares, que hemos dicho, pueden haber generado una vaga perplejidad en el lector. Pero esto se explica de inmediato. El de Reina del Rosario es el título por el cual se consagró la iglesia recién formada. El nombre de Villa Regina pertenece al pueblo, surgido como consecuencia natural de la Colonia Regina, que constituye, por así decirlo, el núcleo urbano, el centro civil, y que está destinada a convertirse en una ciudad de la misma manera que se han convertido otros pueblos de Argentina, surgidos de la nada, o casi, y sin embargo han crecido con la velocidad que es la norma de la vida en el continente americano.
¿Y el nombre de Regina? Ah, no es simplemente un nombre femenino, es el nombre de una dama destacada y exquisita – también ella italiana – que quería ser mecenas de esta iniciativa italiana: Regina Pacini de Alvear, esposa de Marcelo T. de Alvear, quien era entonces Presidente de la República. De hecho, la colonia primero se llamó Regina Alvear; luego, lentamente, el apellido fue sustituido, y finalmente solo quedó el nombre, con su sabor augusto y con ese augural sentido de supremacía.
La Colonia Regina es la primera que fundó la Compañía de Colonización Italo-Argentina, establecida en 1924 en Buenos Aires entre los representantes de algunos bancos y compañías navieras y con la ayuda de la Cámara de Comercio italiana, cuyo presidente preside la empresa. El cual tiene por propósito estatutario y principal promover y favorecer la colonización en todo el territorio de la República, asegurando que los colonos se conviertan en propietarios de tierras que trabajan, dirigiéndolos en la tarea y brindándoles la mayor asistencia moral y material.
La implementación de este programa comenzó precisamente en el Valle Superior del Río Negro, en un área con un clima saludable y un excelente suministro de agua, donde las tierras irrigadas son muy adecuadas para el cultivo intensivo, particularmente para vinos, frutas y alfalfa: y la producción es fácil y abundante. Allí, la Compañía compró unas cinco mil hectáreas de tierra fértil, bañadas por el Río Negro y su afluente el Río Salado, de donde se extrajo agua para una canalización adecuada, asegurando así el suministro de agua fundamental a lo que se llamó la Colonia Regina.
La tierra se vende a los colonos en lotes de diez a quince hectáreas, ya desmontada y arada, alambrada y provista de la casa colónica y el pozo. El colono toma posesión del lote pagando un depósito de garantía y disfruta del uso gratuito del lote durante dos años, luego de lo cual procede a pagar o consolidar la compra a través de dos hipotecas, una a favor del Banco Hipotecario Nacional para las cuatro quinto de la deuda pagadera en treinta y tres años; el otro, a favor de la Compañía, por la quinta parte residual de la deuda, que puede amortizarse en cinco años.
Además, durante los primeros dos años, la Compañía otorga al colono, que lo necesita, un «Crédito de Asistencia» para la compra de alimentos, herramientas y animales de trabajo, y un «Crédito de Plantación» para la compra de plantas y semillas.
La Compañía otorga sus lotes colonizados a cada trabajador digno, sea cual sea su nacionalidad. Los primeros doscientos lotes se vendieron principalmente a colonos italianos, pero también fueron comprados por argentinos y otras nacionalidades, incluidos algunos alemanes, que luego demostraron su satisfacción con una cálida propaganda basada en hechos y nutrida por la experiencia.
Sin embargo, como siempre y en todas partes sucede, hay voces de descontento y crítica, inevitables en un trabajo recientemente comenzado y por esta razón aún no completamente desarrollado y consolidado, lo mismo prevalece en los italianos de la Colonia, la formación de un equipo de nuestros compatriotas, ha sido visto por algunos con una sombra de sospecha y con un principio de hostilidad. En las esferas del gobierno, por otra parte, se ve con simpatía, y está lejos de reconocer un peligro, esa actividad colonizadora que representa una contribución muy valiosa para la mejora del País. Y lo demuestran las palabras entusiastas dichas en ocasión de su visita en mayo de 1927, por el Dr. Ezequiel Ramos Mejía, ex ministro de Obras Públicas: «La Colonia Regina – afirmó – es un modelo de excelente organización. Podría decirse que es una obra de los romanos, pero basta con decir que es un brillante triunfo italiano».
Las palabras pronunciadas en otra ocasión por Héctor Valsecchi, presidente de la compañía colonizadora, son elocuentes y persuasivas: «En la inmensidad del territorio de esta hospitalaria República Argentina hay un valle muy rico, aún demasiado desconocido, que se eleva en las estribaciones de las altas montañas. y desciende y se extiende hasta el mar, en el que fluye un gran río que tiene un curso largo y la cantidad de agua de nuestro Tíber, que baña tierras infinitas como nuestro Po, como nuestro Ticino y nuestro Adda, en un largo trecho fue contenido y disciplinado, canalizado por la mente y el brazo italiano; y esta agua canalizada renueva el milagro eterno de reverdecer las áreas desérticas, que regala a su disciplinador productos frondosos y exuberantes que recuerda nuestra visión de la tierra bíblica prometida. Este es el Alto Valle irrigado por el Río Negro, que se convertirá en el futuro cercano en la más rica y más feliz de las provincias argentinas. En ese valle nuestra Compañía fundó su primera Colonia. Allí reunió la tierra, el agua, el brazo, la mente y el capital, en un esfuerzo supremo de iniciativa y voluntad, armonizando, dirigiendo, regulando los elementos, colaboraciones y fuerzas con un único y supremo propósito: el de asegurar al colono, desde el primer momento, el derecho de propiedad de la tierra que trabajaba, el de convertir a nuestros colonos en pequeños propietarios. En este camino y con este programa, nuestra Compañía ya ha recorrido un largo camino y, en el desierto, hace dos años, surgió una Colonia prometedora como por arte de magia”.
En el momento de mi visita, la colonia tenía tres años. Veamos cómo se presentaba.
En primer lugar, está el pueblo: Villa Regina, que vi un poco confundido a la luz incierta de la mañana y que ahora me parece a plena luz del sol en la extensa llanura. Contenido entre las vías del tren, las bardas que se levanta detrás y el curso del río Salado, el pueblo se ha desarrollado de acuerdo con un claro plan preestablecido, que ha sido capaz de liberarse, al menos en parte, del dogma del tablero de ajedrez o damero de construcción con las habituales calles rectilíneas y en ángulo recto. Aquí finalmente encuentro caminos curvos y ángulos agudos y ángulos obtusos. Se trazó un eje entre la Estación y el puente sobre el río Salado, y en la cabecera del eje se extienden dos plazas desde donde se ramifican las principales avenidas: Avenida Italia, Avenida Cipolletti, Avenida Santa Flora. La plaza que da al puente por el momento es un indicio vago, como todo lo demás, pero la iglesia ya está velando, construida en estilo rústico y aún sin su torre, pero funcionando a cargo de los Salesianos. Donde ahora es tierra desnuda, un jardín será verde, cortado en segmentos por las salidas convergentes de las avenidas, y junto a la plaza reunirá en sus sombras agradecidas un parque público.
El alambrado de las calles aún está por llegar y el ojo está libre en la llanura, pero incluso encuentra aquí y allá algunas razones para detenerse y reconoce las piedras angulares de lo que será el grueso de los edificios. Por ahora hay pocos edificios, aislados y dispersos en la superficie desnuda: pero son los ganglios vitales del organismo naciente: más allá de la iglesia está la escuela, confiada a maestros argentinos e italianos, donde concurren más de cien alumno; están la Oficina de Correos, la Oficina Eléctrica, la carpintería, el hotel, la panadería, la carnicería, la confitería; está la sede de la Sociedad FAI, cuya siglas significan Fe, Amor, Intelecto; está el Consultorio Médico y está la Cooperativa Colónica. El resto vendrá enseguida, aunque en estos momento (mi visita tuvo lugar en 1928) es probable que ya haya sucedido.
Porque en Villa Regina se trabaja; se trabaja fervientemente. Algunos automóviles rugen sobre el suelo polvoriento, y agitados caballos montados por hombres con botas, hombres con rostros bronceados, en mangas de camisa y sombreros en la cabeza; que tienen el aspecto y el ceño fruncido del gaucho, incluso si no usan su ropa clásica; quienes viven al aire libre y están familiarizados con el sol y la lluvia. Las personas que vienen del campo, hacen una galopada hasta el pueblo para hacer compras o para una pequeña visita a la «Gerencia» de la Colonia, y luego vuelven a subir a la silla de montar y regresan a la tierra.
La tierra, el campo, la Colonia está allá, detrás del pueblo que es su vanguardia, su vínculo con el mundo. Una extensión de campos cercados cruzados por caminos y canales. Se divide en tres Zonas. En la I Zona, las casas colónicas son más modestas porque fueron las primeras en levantarse, casi tímidas, en la vasta soledad sin cultivar: es el área más antigua, es decir, hace tres años, y es naturalmente la más desarrollada, la que ya comienza a recoger algún fruto del arduo trabajo. En la Dirección de la Compañía, en Villa Regina, hay un campo experimental, que prueba todos los cultivos posibles, incluso el tabaco, por lo que en la primera área ya hay de todo, desde cereales hasta alfalfa, desde viñedos hasta perales y manzanos; y las plantas, aunque son muy jóvenes, ofrecen generosamente los primeros ensayos de su buena voluntad y muestran con hechos que saben cómo cumplir las felices promesas.
La II Zona se extiende hasta el río Salado, que fluye al pie de un alta orilla, formando pequeñas islas e islotes. Esta zona cuenta con dos años de vida y en ella las casas colónicas de mampostería se ven mejoradas, mientras que también los cultivos comienzan a echar raíces. La III Zona tiene solo un año y en ella se están dando los duros inicios, los preocupan mucho a la empresa Colonizadora, que tiene la tarea de desmontar, nivelar las dunas, despejar el terreno: trabajo pesado en la pampa virgen, en la estepa salvaje que nunca conoció el mordisco de la pala y la caricia áspera del arado. Pero incluso aquí, los terrones latentes pronto germinarán y formarán un hermoso paisaje verde.
Ya se asignó toda la tierra disponible y las solicitudes de los aspirantes continúan. De a poco los colonos están llegando y son alrededor de 2500 los italianos de distintas regiones, reunidos en esta colonia. Los últimos en llegar son algunas familias trentinas de la Valsugana, una de las cuales está formada por una viuda con numerosos descendientes. Es una mujer enérgica y decidida que tiene un gran deseo de trabajar y una gran esperanza de tener suerte. Erguida, en la puerta de su casita, donde sus hijos juegan para sentirse bien, esta emigrante recién llegada mira fijamente la nueva tierra en la que el destino la ha llevado con sus criaturas; mira los campos inmaduros que se extienden a su alrededor fijamente y con sus ojos expertos nos parece que tenemos la certeza del futuro.
Es un pacto de alianza que se hace entre ella y la tierra, y pienso que el pacto no será traicionado.
Fin de artículo de Tegani.
¿QUIÉN ERA ULDERICO TEGANI, CÓMO LLEGO EL ARTÍCULO HASTA VILLA REGINA?
El periodista Ulderico Tegani nació en Parma (Emilia Romagna) el 02-05-1877. Comenzó una intensa actividad periodística en el Véneto y en el Gazzettino de Padua, en 1912 llega al Corriere della Sera. Se especializó en cuentos infantiles, novelas históricas, aventuras y reportajes de viajes. Murió en Milán en 1951. Como periodista viajero recorrió el mundo contando a los lectores de la revista Touring Club Italiano sus impresiones, valiéndose sobretodo de su escritura, en esos tiempos las imágenes no era tan sencillo obtenerlas.
El Touring Club Italiano (TCI) fue fundado el 8 de noviembre de 1894 en Milán por un grupo de ciclistas, para promover los valores de la bicicleta y los viajes. A través de los años, han publicado una gran variedad de mapas, guías de viaje, y más estudios especializados, y es conocido por su alto estándar de cartografía. Durante el período fascista, las guías también cubrían las colonias y territorios de ultramar italianos. En este contexto, el periodista viajero del Touring Club Italiano, Ulderico Tegani visitó Colonia Regina en algún momento de 1928. Si bien el artículo sobre Regina recién fue publicado en del 4 de Abril de 1930.
Tegani, comenta en el mismo artículo que visitó Regina en algún momento de 1928. Pero da pistas para poder precisar el momento del año. Dice que la Estación de Trenes estaba inaugurada recientemente (Octubre de 1928), y que llegó a la misma a las 5:00 hs de la mañana, cuando empezaba a amanecer, o sea que podríamos calcular que estuvo en Diciembre de 1928. En ese momento Tegani tenía 51 años.
¿Cómo llega el artículo de Tegani a Villa Regina?
El artículo ya lo mencionaba como fuente Pantaleone Sergi en su ensayo del año 2012: «Un modelo fascista de emigración italiana en Argentina. Así nació Villa Regina, en Alto Valle de Río Negro» (Pag. 4, cita N°13). Pero no estaba alojado en ningún sitio de internet.
En Agosto de 2018 el marco del proyecto “Cátedra Libre: Villa Regina, Italia en Patagonia” que la Universidad Nacional de Río Negro desarrolla en Villa Regina, nos visitó la Prof. Camilla Cattarulla, de la Universidad Roma Tre (Italia), Delegada de Relaciones Internacionales para América Latina y el Caribe, además es la Coordinadora de la “Cátedra Argentina” en dicha Universidad, que es una cátedra que surgió como instrumento para promover y desarrollar la internacionalización del sistema Económico, Productivo, Turístico y Cultural de ambos territorios (Italia/Argentina). La Prof. Cattarulla es Doctora de la Università degli Studi Roma Tre, pertenece a la Facultad de Lenguas, Literaturas y Culturas Extranjeras, y sus líneas de investigación se basan en la Literatura Hispanoamericana Contemporánea, las Migraciones Europeas a América Latina, la Literatura, los Derechos humanos y la Comida.
Luego de su paso por Villa Regina, la Prof. Cattarulla, ya en 2019 les envía, por Correo, un regalo a los Profs. Rodolfo Veronesi y Martín Vesprini de la UNRN a cargo de la Cátedra Libre. Era el artículo de Tegani! En algún momento alguien tomó solo la parte de Regina, de la hoja 347 a la 354 (8 carillas) y armó una publicación individual.
La traducción del artículo, del italiano al español, no fue sencilla, pero ameritaba hacerla con paciencia para intentar rescatar la calidad de las descripciones realizadas por su autor. Simplificar la traducción hubiese sido casi una traición al espíritu de don Ulderico Tegani.
Fuentes de información, imágenes y vídeo youtube publicados en LA TAPA DE VILLA REGINA.
Autoría: Walter Ventura.
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