Markan Mihaljevic: "Le estoy agradecido a la Argentina".
Llegó a Regina con su abuela cuando tenía 4 años. Aquí vivía
su abuelo desde hacía más de dos décadas. A los 16 ya trabajaba la chacra solo
y armó su empresa, "Frutas El Chúcaro". También es ganadero. Pasó 30
años sin ver a sus padres, pero pudo cumplir el sueño de llevar a su familia a
Bosnia-Herzegovina.
Markan Mihaljevic llegó de Yugoslavia a la Argentina cuando
tenía 4 años. Vino con su abuela. Su abuelo había comprado seis hectáreas de un
sobrante de la Compañía Ítalo Argentina de Colonización en Villa Regina. Los
esperaba con la tierra comprada. ¡Hacía 22 años que no veía a su mujer! Sólo un
inmigrante puede entender ese tiempo y esa distancia.
Su abuelo, Marko Vuksic, había venido al país en 1928. Era
croata, de la región de Bosnia-Herzegovina. Estaba casado con Matija Herceg y
tenía una hija, Mila. Viajó solo con la promesa de juntar dinero para traerlas
con él. Cuando llegó a la Argentina el mundo se sacudía por la primera gran
crisis del capitalismo mundial. Marko trabajó en la construcción de diques en
Córdoba y, cuando logró juntar dinero para comprar los pasajes para su familia,
comenzó la guerra y no pudieron salir de Europa. "Mi abuela se las arregló
como pudo -relata Markan-: trabajó en una fábrica de tabaco, sembraba verduras
para la casa, tenía una vaca, dormíamos en la casa con los cerdos para
cuidarlos del frío...".
Su abuela recibía cartas de su esposo desde América y, como
no sabía leer, buscaba a alguien que lo hiciera por ella. Durante la guerra
estuvo diez años sin recibir correspondencia alguna. Ella, muy religiosa,
rezaba para que su esposo estuviera vivo.
"Fue pasando el tiempo; mi mamá creció y se casó, sin
ver a su padre. Yo nací en 1949; había terminado la guerra". Tras la
finalización de la Primera Guerra, que estalló en Sarajevo, su tierra adoptó el
nombre de Yugoslavia. Durante la Segunda Guerra el territorio de Bosnia y
Herzegovina fue anexionado por el Estado fascista croata (1941-1944). Derrotado
el Eje, volvió a formar parte de Yugoslavia como una de las seis repúblicas
constituyentes de la República Popular Federativa.
"Mi papá, Stanko Mihaljevic, también era croata, de una
aldea cercana a la de mi madre -relata Markan-. Allá es una costumbre que al
casarse el hombre reciba una vivienda de parte de su familia y la esposa, todo
lo que necesita para adentro de la casa de parte de la suya. Así que mi mamá se
fue a vivir a la aldea de mi padre. Se acostumbraba a vivir en familias de 20 ó
30 miembros, con un jefe.
"Nací yo y al poquito tiempo mi mamá volvió a quedar embarazada. Ella se angustió mucho; no tenían posibilidades de alimentar a dos niños. Entonces mi abuela materna, que vivía a unos tres kilómetros de ella, le dijo a mi madre que no se preocupara, que ella me alimentaría a mí y que ellos se ocuparan del bebé que venía. Así, mi abuela empezó a criarme a los once meses. Mi mamá me veía todos los días, pero yo vivía con mi abuela. Ella había tenido dos hijos, mi mamá y otro nene que se había muerto de chiquito... y yo me quedé con ella. Nació mi hermana Ana".
Cuando Markan tenía cuatro años su abuelo le mandó la
llamada a su abuela. Habían pasado más de dos décadas sin verse. "Mi
abuela ya estaba encariñada conmigo y dijo que venía a América sólo si yo
viajaba con ella. En Yugoslavia la situación era compleja. Le preguntó a mi
mamá si podía traerme y mi mamá no pudo decirle que no. Además, la idea de mi
abuelo era que luego vinieran mis padres y mi hermana acá. Viajé con mi abuela
y llegamos a esta chacra donde aún vivo. Poco tiempo después mi abuelo hizo los
trámites para que viniera mi madre con su familia, pero mi papá no quiso.
Quedamos separados para siempre.
"Fui creciendo; con cariño, con todo... pero con un
resentimiento. No podía entender que mi mamá me hubiera regalado. Me acuerdo de
que era chico y les preguntaba a algunas mujeres si ellas lo habrían hecho con
sus hijos. Tardé años en entender a mi madre, en entender que mi padre no tuvo
lo suficiente para alimentar a todos sus hijos...".
Cuando llegaron a Villa Regina Marko estaba emparejando la
tierra. "Acá había un poco de uva y un poco de fruta. Tenía una casita
precaria y el nogal inmenso que todavía nos da sombra y nueces. Vinimos en
1953. Se ve que mi abuelo estaba muy enamorado porque esperó a mi abuela todos
esos años. Otras mujeres amigas de la casa contaban que todo ese tiempo había
sido el monumento a la fidelidad. Mi abuelo había trabajado mucho, en su chacra
y en otras, plantando tomates para progresar. Mi abuela igual sufrió el
desarraigo, dejó a su única hija, su aldea... murió pidiendo que la llevara a
su casa. Yo empecé la escuela acá, en la Nº 105, donde aprendí a hablar en
castellano".
Cuando Markan cumplió 12 años volvió a su tierra con sus
abuelos. Tenía tres hermanos más que no conocía, los mellizos Mladan y Zora y
un hermano menor, Goyko. Pero ése no sería el único encuentro. Marko veía a su
única hija después de 30 años. "Todos éramos un poco desconocidos, mi mamá
con su papá y yo con mis padres -cuenta Markan-; yo les pedía permiso a mis
abuelos para todo. Mi mamá se enojaba pero era así, tardé en acercarme".
Cuando llegó el momento de regresar a la Argentina, el drama
se volvió a repetir. El abuelo le preguntó a Markan qué quería hacer, si
quedarse con sus padres o regresar con ellos a la Argentina. Markan pensó unos
segundos y decidió volver con sus abuelos. Recuerda que vio a su madre llorar
hasta que partieron.
Después llegó la adolescencia y una crisis. Sentía que
estaba enojado con sus abuelos, con su papá, que tenía una herida abierta.
Aprendió a escribir en su lengua, que habló siempre, para
poder mantenerse comunicado con su madre, a quien escribió todos los meses a lo
largo de tres décadas, porque ese tiempo tardó en volver a ver a sus padres.
Cuando Markan tenía 16 años su abuelo murió. En 1965 quedó
solo con su abuela en un país ajeno y con las responsabilidades de un adulto.
"Mi abuela no lo pasó bien; migrar no es fácil para los mayores. Éste era
un país muy distinto, con otra lengua y otras costumbres. Ellos, pese a tanta
distancia, se querían y no fue fácil cuando él murió. No conocíamos a nadie,
para mi abuela fue duro. Empecé a manejar la chacra y me fui dando cuenta de
algunas cosas que me permitieron salir adelante. Por una parte terminé de criarme
y también de criar a mi abuela, porque fue así. Ella trabajaba en la chacra
conmigo, lo único que sabía hacer era trabajar; vivió hasta los 87 años. Un
poco antes de morir se perdía y me preguntaba cuándo íbamos a casa... se
refería a la casa de su aldea. Tanto insistió, que un día le dije que la iba a
llevar. Saqué la valijita de cuero con la que habíamos venido a la Argentina y
la llevé a la estación de tren. Los trenes ya no pasaban. Esperamos y
esperamos. Hasta que se cansó y dijo: 'Parece que el tren no viene; vamos'. Y
cuando llegó a la chacra empezó a reír: se había dado cuenta de todo".
Markan aprendió a manejar la producción y a evitar los
intermediarios para hacer la actividad rentable. Le encantaba la tierra, lo
hizo con gusto. Y fue mucho mejor cuando el esfuerzo empezó a dar sus frutos.
"Para mi abuela estaba bien entregar la producción y esperar que te
pagaran; para mí no, no me gustaba ir a pedir mi plata y tener que dar
explicaciones sobre en qué la iba a gastar. Pude independizarme y desde
entonces le vendo a Mihaljevic únicamente. Cuando cumplí 20 le dije a mi abuela
que si ella quería seguir entregando fruta lo hiciera, pero que yo me abría.
Ella tenía miedo de lo que iba a pasar el año que siguiente... miedo por mí.
Entonces aceptó: 'Haga como queri', me dijo. Entonces mandé por primera vez 30
cajones de ciruelas a un conocido de Rosario y por primera vez a la semana tuve
el efectivo. Le mostré a la abuela y empezó a confiar. Seguimos así hasta que
vendimos toda la fruta solos. Hoy vendo las manzanas al mercado interno y las
peras, a Brasil".
Con el tiempo reconvirtió, puso variedades nuevas y
multiplicó la tierra. "Sabía que con seis hectáreas no iba a andar, así
que planté más. Hace poco compré un campo en Valle Medio; tenemos terneros que
vendemos en pie", cuenta orgulloso.
A los 19 años Markan conoció a su esposa, Estela Amelia
Román. Ya la había visto antes, en la chacra de unos tíos. "Estaba
tendiendo ropa... ¡estaba tan linda! -recuerda-. Yo no sabía qué decirle para
acercarme hasta que se me ocurrió preguntarle: '¿No me convidás un racimo de
uvas?' (risas). Me dijo que sí y empezamos a salir.
"Siempre fui de la idea de que cuando se agranda la
tribu hay que agrandar la toldería, así que lo primero que hice fue agrandar la
casa y después fui comprando tierra; primero otra chacra en la cuarta zona,
después otro pedazo... y así fui plantando manzanas y peras. Nunca un crédito,
siempre reacio a pedirlos. A los 22 años me casé -continúa Markan- y mi esposa
vino a vivir a esta casa. Cuando llegamos la abuela la llevó a la cocina y le
dijo: 'Ahora la que manda aquí es usted' y nunca más se metió allí. Tuvieron
una relación muy linda. Poco después llegaron los hijos: Silvana Lorena, que
actualmente es profesora de Economía en Bahía Blanca; Horacio Daniel, ingeniero
agrónomo -mi mano derecha- y Silvia Laura, quien también estudia
Agronomía".
En la Argentina Markan cumplió sus sueños, pero tenía una
deuda consigo mismo: volver.
"Mi familia me convenció, a veces me ponía mal y ellos
insistían en que tenía que ir a ver a mis padres. Junté plata y finalmente en
1990 viajé solo. ¡Había pasado 30 años sin verlos! Recuerdo que llegué como a
las 11 de la noche. Me esperaba toda la aldea. Hicieron correr la voz de que
iba el hijo de Mila de la Argentina, el hijo de América... todos sabían mi
historia, la aldea era como una gran familia. Eran las cinco de la mañana y uno
preguntaba una cosa, otro preguntaba otra, y dale que dale. Me acosté al
amanecer y cuando desperté al día siguiente mi mamá estaba sentada al lado de
mi cama. Me miró y me dijo: 'Hijo, ¿vos querés saber por qué te di?'. Yo le
contesté que para eso había ido. Y con toda paciencia me contó. Me dijo que
pasaban hambre y que había sufrido mucho por todo, sobre todo por la impotencia
de no poder cambiar la realidad. Ellos no podían alimentar a dos niños en ese
momento, etcétera, etcétera.
"Bueno, pasaron los días, los vecinos venían a verme,
me contaban cosas de mi infancia, vi el lugar tan pobre donde había nacido
entre las piedras (allí las casas eran de piedra), recordé la comida que me
daba mi mamá, que era como una fécula revuelta con agua hervida, horrible, tan
horrible que prefería el hambre a comerla... y, entre una cosa y otra, mi padre
estaba como esperando que yo le preguntara algo. En ese momento yo tenía hijos
y pude entenderlos. Era mejor tener un hijo vivo lejos que un hijo muerto al
lado. Tardé 30 años en comprender, en saber que ellos también habían sufrido.
"En ese viaje sentí por primera vez que ya no tenía
bronca y lloré tanto que me enfermé. Perdí el apetito completamente. Me asusté
y decidí volver. Aquí sané. Pese a todo, había sido un viaje liberador. A los
pocos años logré que viniera un hermano a verme, el menor. Y mi siguiente
objetivo fue que mi familia de acá conociera a mi familia de allá. Fui
ahorrando y viajamos en 1999. Fue un viaje lindísimo; mis hijos se entendieron
con primos y tíos y hoy están conectados todo el tiempo por teléfono o por
mail. Volví feliz, sentí que la historia continuaba, que empezaba el futuro".
La última Navidad Markan viajó con su hija para pasarla con
sus padres. Siente que se está despidiendo de ellos, que ya son grandes, pero
también -como en cada uno de sus regresos a la Argentina- que vuelve a su
hogar: "Yo le estoy muy agradecido a la Argentina. Vinimos a llenarnos el
estómago, sí, pero este país me dio todo. Hice una linda familia, tengo buenas
amistades y me fue bien trabajando honestamente... ¿qué más puedo pedir?"
-concluye-.
Entrevista: SUSANA YAPPERT.
Publicado en Historias de vida - Suplemento “El Rural” del
Diario “Río Negro” - Sábado 26 de Abril de 2008.
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