domingo, 1 de diciembre de 2019

En el final del Canal, el sueño chacarero no se rinde.

En el final del Canal, el sueño chacarero no se rinde.

Por Javier Avena y Néstor Pérez.
En Chichinales, a 129,9 km del dique donde nace con 45 mts de solera (ancho del fondo), el Principal finaliza su recorrido con apenas 1,80 mts. Los productores de allí y de Regina aspiran a seguir trabajando la tierra y a vivir del fruto de su esfuerzo, con más seguridad y menos basura en el agua que da vida al Alto Valle.

Aquí termina el Canal que nace a 129,9 kilómetros en el dique Ballester. Comienza con 45 metros de solera (el ancho del fondo) y termina con solo 1,80. Y durante su recorrido de estructura telescópica, irriga unas 60.000 hectáreas que dan vida a la industria frutícola, el corazón productivo del Alto Valle.
Aún en tiempos de reclamos por la rentabilidad, de asfixia económica, de convivencia forzada con el petróleo, de perder tierras a manos de los loteos, aporta unos 725 millones de dólares al año y genera alrededor de 35.000 puestos de trabajo directos e indirectos, como lo imaginaron los visionarios que a comienzos del siglo XX levantaron un dique para contener las inundaciones del río Neuquén y generar una red de canales conectados al Principal: intuían que los frutos de la tierra le darían un sentido a una zona por entonces despoblada e inhóspita. Y si todo comenzó con la alfalfa, el tiempo trajo las famosas manzanas y peras, sello de origen de la región.
Paradojas.
Aquí, en el final, es acaso donde más se siente la tradición chacarera en el Alto Valle, que perdió 3.000 productores en los últimos 30 años, según los censos.
A pesar del éxodo de los jóvenes, de que cuesta encontrar los relevos para las generaciones más antiguas, en Regina aún muchos chacareros luchan por ser competitivos: la concentración que se produce en otras ciudades no es tan evidente y los galpones de empaque y los frigoríficos de mediano tamaño están distribuidos en distintas zonas.
Pasando la ciudad hacia el este, el Canal traslada los últimos metros cúbicos de su recorrido. Y un par de km antes de la pequeña ciudad de Chichinales, finaliza como tal y se ramifica: sigue hacia el este y el sur por dos canales secundarios, el 16 y el 17, que luego de subdivide para alimentar al 18 y terminar su recorrido completo. Paradojas del Valle, aquí, donde menos agua conduce el Principal, los loteos aún no golpean con la fuerza con que se extienden hacia al oeste, en especial a partir de Roca.
Y dos años atrás, la posibilidad de que se empiece a explorar el área Chelforó con fines petroleros provocó un firme rechazo desde la cámara que agrupa a los productores, que enfrentan otra paradoja: aunque aman lo que hacen, en el último bastión productivo cuesta cerrar los números y continuar es un desafío. Cada temporada, cada día.
De la chacra al lubricentro.
“Cada vez más países compiten con avances tecnológicos y varietales mientras nuestro sistema de producción va quedando obsoleto. Son cambios que se vienen sucediendo hace 30 años y quedamos fuera del sistema de comercialización, lejos del mundo. Y a todo eso hay que sumarle el costo argentino”, explica y agrega que así como él tiene pensado dejar de producir peras y dedicarse a la alfalfa, otros apuestan por los frutos rojos o el turismo chacarero.
"Voy a sacar los perales y trabajar con la alfalfa. Quiero seguir con la chacra, pero no voy a apostar más a la fruticultura. Mientras más países compiten con avances tecnológicos y varietales, nuestro sistema de producción va quedando obsoleto” dice Diego.
Diego Barenghi sabe bien de qué se trata: produce peras en sus seis hectáreas en Villa Regina y fue presidente del Consorcio de Riego en la ciudad. Con Estela, su mujer como compañera de equipo y sus cuatro hijas que pudieron formarse en la educación pública que valora y agradece, a medida que la rentabilidad disminuía diversificó su apuesta: puso un lubricentro frente al monumento a la Manzana en la ruta 22. “No me quedó otra”, dice este bonaerense que llegó hace tres décadas y encontró en las chacras su lugar en el mundo. “No heredé ni me vino impuesto: soy productor por elección”.
Con el tiempo, se convirtió en uno de los más ardorosos defensores de sus colegas de Regina y Chichinales y en un crítico de las políticas oficiales hacia la fruticultura.
“Cada vez más países compiten con avances tecnológicos y varietales mientras nuestro sistema de producción va quedando obsoleto. Son cambios que se vienen sucediendo hace 30 años y quedamos fuera del sistema de comercialización, lejos del mundo. Y a todo eso hay que sumarle el costo argentino”, explica y agrega que así como él tiene pensado dejar de producir peras y dedicarse a la alfalfa, otros apuestan por los frutos rojos o el turismo chacarero.
La de la rentabilidad no es la única pelea. Hubo otras a lo largo de estos años. Por ejemplo, una histórica: al estar ubicados en el final del Canal (en la jerga la cola), en muchas ocasiones el agua llegó con menos fuerza que a las ciudades anteriores en la progresión que comienza en Barda del Medio para atravesar las ciudades del Valle. Los reclamos eran ásperos y tarde o temprano, el agua siempre llegaba. No era lo único.
“Una de las cosas que siempre nos preocupó es la cantidad de basura que aparece por acá. Es increíble que no haya una conciencia sobre la importancia de este Canal para el Alto Valle”, dice Diego parado al lado del punto exacto donde concluye, a 129,9 kilómetros del inicio.
Aquí, se divide en tres: a la izquierda hay un descargador que se utiliza si es necesario aliviar el Canal, al centro nace el secundario 16 que recorre un tramo de unos 50 metros hasta el muro donde esta soleada mañana de primavera rebotan botellas de lavandina, de gaseosa, desodorantes, pedazos de telgopor y una ojota azul, entre otros objetos. A unos dos metros de profundidad, un túnel conduce el agua hacia las chacras de Chichinales. Y a la derecha, sale el secundario 17 que pasa por al lado del corral de las chivas de don Inostroza y sigue su marcha recto hasta que el caudal se divide para dar vida al secundario 18. Ambos riegan las últimas chacras de Chichinales.
A unos 200 metros del punto de la división en tres tramos, pastan las chivas de don Inostroza, el criancero que supo pescar en el Canal hasta que desaparecieron los peces. “Será por la contaminación, no sé, pero antes había”, cuenta minutos después de encerrar al rebaño en el corral, ayudado por los perros. “Lo que no cambió es la basura. Sigue viniendo un montón por el agua. La gente se sigue bañando, pero yo ya no me animo”, agrega.
Este es otro de los problemas: si bien está prohibido bañarse, cuando aprieta el calor el Canal se convierte en la gran pileta del Alto Valle. El agua ya no es tan pura como en los orígenes y por eso en las guardias de los hospitales aumentan los casos de pacientes intoxicados por bacterias. Además, muchos mueven las compuertas para generar “piletitas” a gusto en los tramos secundarios y a veces rompen las cadenas, los candados y las compuertas. Los tomeros no pueden hacer nada para evitarlo: uno contra muchos siempre llevan las de perder. Y hay un trasfondo trágico por los ahogados, un drama que suele generar además ásperas discusiones cuando los familiares exigen que corten el agua para recuperar los cuerpos y los responsables del sistema explican que no se puede detener el riego en las chacras cuando más se necesita en el año.
“Hay una ley que expresa la prohibición, pero es difícil de controlar. La situación es cada vez peor, porque hay accidentes y algunos son fatales”, señala Diego y cita casos en los que en la desesperación por encontrar a sus seres queridos, amigos y familiares provocaron serios daños en la estructura del dique Ballester y el Principal.
“Nunca hay que olvidar que el Canal tiene como fin irrigar 60.000 hectáreas que dieron origen a todas estas ciudades y permitieron el desarrollo de la región”, agrega. “Es una verdadera maravilla. Para saber cómo era esto antes de que existiera basta hacer dos kilómetros a las bardas áridas hacia el norte y el sur. Así era. Y el Canal lo cambió todo, convirtió a esta zona en uno de los valles irrigados no naturales más importantes del mundo. Por eso debemos preservarlo”.
Materia de estudio.
Diego es también presidente de la fundación que sostiene el funcionamiento de la Escuela Agraria (secundario público de gestión privada, cuesta 2.000 pesos por mes, hay becas, el almuerzo sale 100 pesos) que funciona en Regina y en la que colaboran todos los eslabones productivos de la ciudad.
Allí, 200 estudiantes se forman para trabajar en el campo y las chacras. Ellos explican mejor que nadie esta maravilla: “Como saben, la red de canales secundarios y terciarios alimentados por el Principal es lo que lleva el agua a las chacras y nos permite plantar, cosechar y tener animales en la escuela”, explica Selene Salazar, que estudió el sistema de riego en la materia Fruticultura en quinto año. Como sus compañeros, puede calcular la carga de cada canal de acuerdo con el diámetro, el ancho y la altura, sin olvidar que hay un centímetro de pendiente cada 25 metros. “Unos capos los que crearon este sistema hace 100 años. A puro esfuerzo e inteligencia, con las manos, sin tecnología”, agrega cada vez que las visitas le preguntan por el origen del Valle.
"El Canal lo cambió todo, convirtió a esta zona en uno de los valles irrigados no naturales más importantes del mundo”. Diego.
Don Inostroza, el criancero: “Antes había truchas, ahora hay basura”.
Teodoro Inostroza, de 62 años, vive a unos 200 metros de donde concluye el Canal Principal y nace el secundario 17 que pasa justo al lado de su casa y el corral de las chivas. Llegó a la zona en los años 70 cuando su abuelo compró estas tres hectáreas y cuarto y él se vino con su padre.
Ahora vive con sus hijas, sus nietos y su yerno. Y fue testigo del cambio: aunque los años no trajeron ni la electricidad ni el gas, de aquellas aguas puras en las que había peces y todos se bañaban sin problemas pasó a esta época en las que la contaminación lo complica todo.
“Mis tíos solían salir a pescar truchas, pero no ha quedado nada. Hasta las ranas desaparecieron. A veces se saben ver nutrias. Y de lo único que quedan muchos son mosquitos, son infernales. El agua trae mucha basura. Tiran animales muertos, ayer mismo vi cómo flotaban las tripas de uno grande”, comenta.
Tuvo chanchos, tuvo hortalizas ahora la pelea con las chivas, aunque se hace cuesta arriba con el alimento: “El maíz ya no se puede ni comprar”. Las saca a pastorear dos veces por día y vuelven solas, aunque el vigila a lo lejos.
La seguridad es otro de los temas que le preocupan. Hace poco le entraron en un raro momento en que no había nadie en la casa y le llevaron tres chivos grandes listos para carnear y le dejaron dos madres muertas. “¿Por qué? No sé, de pura maldad no más. Acá hay que estar defendiendo piola para que no te roben todo. Y si escuchamos ruido a la noche enseguida encendemos los reflectores y los pasamos de un lado para el otro”, relata. Cuenta también que antes se metía a nadar, pero abandonó esa costumbre cuando empezó a notar la contaminación. “Antes era más limpio, más lindo. Igual la gente se sigue metiendo cuando hace mucho calor, pero yo ya no me animo. También suelen sacar alguna carpa, pero a eso tampoco me animo, vienen del desagüe todo contaminado”.
Una dolorosa imagen que se repite.
Cada vez que atraviesa un centro urbano en ambas márgenes hay cientos de residuos. En Allen, por ejemplo, crece un extenso basural. Cuando se corta el riego en el lecho aparece la basura que el agua no se llevó.
El problema también afecta al resto de la estructura: en el colector P2 en Cipolletti, que es un drenaje que pasa por el norte de la ciudad, se generó un tapón de 100 metros de botellas plásticas y basura.
Todo se agudiza en las tomas que ocupan espacios que fueron pensados para mantenimiento y posibles ampliaciones. Esto complica los trabajos de corte de lamas. Y sin servicios ni recolección de residuos, en muchos casos la basura va directo al agua.
La basura se acumula a lo largo de los 130 km del canal principal.
Cada vez que atraviesa un centro urbano en ambas márgenes hay cientos de residuos. En Allen, por ejemplo, crece un extenso basural. Cuando se corta el riego en el lecho aparece la basura que el agua no se llevó.
El problema también afecta al resto de la estructura: en el colector P2 en Cipolletti, que es un drenaje que pasa por el norte de la ciudad, se generó un tapón de 100 metros de botellas plásticas y basura.
Todo se agudiza en las tomas que ocupan espacios que fueron pensados para mantenimiento y posibles ampliaciones. Esto complica los trabajos de corte de lamas. Y sin servicios ni recolección de residuos, en muchos casos la basura va directo al agua.Crónicas a orillas del Canal Grande.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 1º de diciembre de 2019.

No hay comentarios:

Publicar un comentario