El hombre que “trajo” un pueblo
Cansado de ver a su familia sufrir el hambre,
Santos Zanini decidió instalarse en la Argentina, donde participó en la
fundación de Villa Regina y ayudó a muchos otros inmigrantes.
La historia de mi familia -comienza explicando Rómulo Zanini- ha sido la de una familia común que participó en la evolución del pueblo que recién comenzaba a existir”. Pero son justamente las acciones de las familias comunes las que lograron que Villa Regina creciera y se convirtiera en la ciudad que es hoy.
Santos Zanini, el abuelo de Rómulo, nació en 1894 en Robledo, ubicado en
la provincia italiana de Udine, en la región de Friuli. Robledo era un pueblo
pequeño, “de diez casas”, grafica Roberto, uno de los hijos de Santos, que está
ubicado en el noreste del país.
La población de Robledo y los padres de
Santos trabajaban en sus chacras, donde cosechaban todos los alimentos
necesarios para su subsistencia. Pero en 1914 la Primera Guerra Mundial quebró
la tranquilidad del lugar. Santos, que había cumplido los 20 años, fue uno de
los jóvenes italianos que lucharon en el frente y que a su regreso, cuatro años
después, encontraron su hogar en la máxima pobreza. Sin embargo, Santos se casó
y trabajó la tierra hasta que decidió emigrar de Italia. “Luego de la guerra
había mucha pobreza en todo el país. Un día mi padre le dijo a su familia: ‘Yo
vendo todo y me voy a la Argentina, el que quiera seguirme que me siga’. Y así
se trajo a su esposa, Regina Stropollo, a sus tres hijas, a sus padres y a
algunos tíos, cuñados y hermanos en el barco ‘Vitorio Venetto’ ”, explica
Roberto.
Así, la familia Zanini llegó a Buenos Aires. Santos consiguió
trabajo como peón en un campo bonaerense donde se instaló junto con Regina y sus
pequeñas hijas, Ada, Yoiela y Carmen.
Pero las posibilidades laborales no colmaban las expectativas de Santos y decidió probar mejor suerte en el interior del país. “El jefe de mi papá era ingeniero y cuando papá le dijo que quería irse para Santa Fe él le respondió: ‘Con la familia que usted tiene, le conviene irse para el sur’. Entonces, junto con mamá y mis hermanas se vinieron para Ingeniero Huergo, porque en Regina todavía no había estación de
tren”.
“Cuando llegaron a la estación de Ingeniero Huergo era de noche -asegura Roberto-. Allí tenían que esperar hasta la mañana para que la Compañía
Italo Argentina de Inmigración los ubicara, porque hasta que les daban las
parcelas los instalaban en unos galpones”.
La estación de Huergo era una
salita vacía y el frío patagónico comenzó a castigar a la familia. Las niñas se
quejaban y Santos buscó algo para hacer un fuego. Lo único que encontró fue un
fardo de pasto y lo prendió. “En seguida vinieron el guarda y la policía a
llamarle la atención, y casi termina preso la primera noche en el sur”, cuenta
sonriendo Roberto.
La CIAC les dio una parcela de diez hectáreas, semillas,
animales y otros elementos, como arados de madera para trabajar la tierra.
“Venían con una mano atrás y otra adelante -grafica Roberto-. Lo primero que
hicieron fue una quinta y un corral para la vaca. Allí en Italia se cuidaba
mucho a las vacas porque daban la leche para los chicos. Se les hacían corrales
hermosos y siempre tenían comida. Pero la vaca que le dieron a papá no estaba
acostumbrada a tanto lujo; había vivido siempre en el campo, y en cuanto la
pusieron en el corral saltó por la ventana y se volvió a su campo”, ríe
Roberto.
Además de trabajar en su chacra -Nº 116 del lote 6-, Santos lo hizo
en la creación del canal de riego. La CIAC les pagaba a los trabajadores por sus
tareas en el canal. Con eso, los inmigrantes podían alimentar a sus familias
hasta que las huertas comenzaran a dar sus frutos”.
“Mamá siempre se acordaba
de los primeros tiempos que pasaron en Villa Regina. Contaba que cuando
cocinaba, sobre una fogata que hacía afuera de la casa, tenía que tapar la olla
con dos ladrillos porque el viento y la tierra que habían eran terribles”,
recuerda Roberto. “También contaba que todo lo que cavaban de día para hacer las
acequias a la noche se los tapaban el viento y los peludos”, agrega.
Poco a
poco la chacra de los Zanini se colmó de vides y frutales. En esos años, Santos
fue uno de los socios fundadores de la cooperativa La Reginense, donde los
primeros pobladores de la ciudad trabajaban la fruta en conjunto para abaratar
costos.
La mejora económica le permitió ayudar a su mejor amigo, de apellido
Pestrin, que seguía viviendo en Italia. “Papá y Pestrin vivían en el mismo
conventillo. Era en realidad una casa enorme de tres pisos habitada por varias
familias. En el piso inferior estaban la cocina y el comedor; en el segundo, las
habitaciones y en el tercero, el granero. Papá trajo primero a su amigo y su
hermano en 1948 y, al año siguiente a la esposa y a las hijas de su amigo. Todos
se quedaron en casa hasta que consiguieron su propia parcela”, explica
Roberto.
“En casa de papá siempre había mucha gente. El siempre ayudaba a los
italianos que recién llegaban hasta que se ubicaban. Trajo a todo Robledo”,
agrega Roberto.
Villa Regina estaba en pleno crecimiento y la inauguración
del cementerio, en 1925, enfrentó a Santos con un recuerdo que lo colmó de
sorpresa y alegría. “Cuando estuvo en la guerra papá soltó un burro y como
castigo lo ataron a un cañón durante algunos días. Siempre se acordaba de que
llovía y de que el agua llenaba su sombrero y le corría por la espalda. Mientras
cumplía su castigo apareció el padre Gardín, que era general en el ejército
italiano y que al verlo así intercedió para que lo liberaran. El día de la
inauguración del cementerio de Regina el padre se le acercó y le dijo: ‘Eh, ¿ya
no te acordás de mí, que te hice soltar del cañón?’. En seguida se abrazaron y
después de eso el padre comenzó a venir todos los domingos a almorzar con
nosotros”.
La mesa familiar de los domingos siempre estaba llena. Además de
las tres niñas que habían viajado con el matrimonio desde Italia, los Zanini
tuvieron otros cuatro hijos: Dante, Guido, Carmen y Roberto.
“Papá siempre
hacía chistes, era un hombre muy divertido -recuerda Roberto-. Eso hacía que
muchas veces mamá lo retara. Mi mamá era mucho más callada, era una buena mujer,
pero mucho más seria que papá. A ella no le gustaba salir de la chacra, sólo lo
hacía para ir a misa. De todo lo demás que había que hacer en el pueblo se
ocupaba papá”, dice Roberto.
Los domingos eran un momento importante para
esta familia común que se convirtió, con su trabajo, en pionera de Regina.
* Testimonios de vida publicados en Suplemento "El Rural" del Diario "Río Negro", sábado 30 de octubre de 2004.
La pagina y las notas estan buenisimas. Pero no se lee nada con esos colores en las fuentes. Saludos. Un reginense en buenos aires.
ResponderEliminarGracias por vuestro comentario. Trataré, poco a poco, de cambiar los colores porque la intención de este espacio es la lectura de teméticas reginenses que nos unen.
ResponderEliminarSaludos. ¡BIEN DE REGINA!