En esta serie de entrevistas por el centenario de nuestra ciudad, donde conocemos las historias de quienes dejaron una huella imborrable en nuestra comunidad, los invito a emocionarnos, recordar y reír.
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Alfredo y Pablo Agnoletti. |
Alfredo Agnoletti, uno de los farmacéuticos más queridos y respetados de la ciudad, y su hijo Pablo, visitaron los estudios de LCR Diario Digital para compartir su historia. Un relato que abarca no solo los 52 años de trabajo en la farmacia Del Valle que Alfredo fundó en 1964, sino también los recuerdos de una vida dedicada a la comunidad reginense, marcada por la dedicación y el compromiso familiar.
Aquí comenzó todo.
Alfredo Agnoletti nació en 1938 en una familia italiana que, en busca de mejores oportunidades, emigró a Argentina en 1924. Primero se asentaron en Mendoza, donde vivieron durante seis años. Luego, la familia se trasladó a Villa Regina, un lugar que los acogería para siempre. Fueron atraídos por el programa de la compañía Italo Argentina, donde se les otorgó tierras, herramientas, caballos y casa, como ayuda a los inmigrantes italianos a asentarse en el país.
(En esta nota se incluyen imágenes de un álbum de fotos con descripciones realizadas por una de las hijas de Alfredo).
Los primeros años de Alfredo fueron marcados por un entorno rural y de trabajo, pero su sed de conocimiento lo llevó a ser uno de los primeros reginenses en embarcarse en estudios secundarios fuera de la ciudad.
Pero no todo era color de rosas, sus padres al comienzo no aceptaron por completo que él continuara con los estudios ya que necesitaban su ayuda en la chacra. Luego de recibir el apoyo de sus siete hermanos, logró hacerlo.
En ese entonces, Villa Regina no contaba con escuela secundaria, por lo que Alfredo se trasladó a Bahía Blanca, donde estudió en el Colegio Don Bosco como pupilo, donde no disfrutó de esta modalidad. Tras un año, decidió mudarse a una pensión y continuar sus estudios de manera regular, alejándose de la vida de internado. Durante esos años en Bahía Blanca, entabló amistades que perduraron, algunos de ellos son Castro, Verola, Grossi y Pancani.
El camino.
Una vez finalizada la secundaria en el Colegio Domingo Savio de General Roca, Alfredo decidió seguir su pasión por la ciencia y la salud, y se embarcó en la carrera de Farmacia. Se trasladó a La Plata, una ciudad que se convertiría en su hogar durante los próximos años, donde se formó en la Universidad Nacional de La Plata. Allí, además de Farmacia, estudió la carrera de Óptica, logrando una doble titulación que lo convertiría en un profesional integral en el ámbito de la salud ya que en ese entonces las carreras eran complementarias.
Durante su paso por la universidad, Alfredo no solo se dedicó a estudiar, sino que también trabajó, realizando prácticas en la farmacia de Garciarena, en Viedma. Fue allí donde, como muchos estudiantes, adquirió experiencia de campo, enfrentándose a las realidades del día a día de la profesión. No obstante, su alma inquieta y su visión de futuro lo llevaron a tomar decisiones valientes. Mientras nos encontramos, de manera previa a la entrevista, en la casa de Alfredo y María Rosa (esposa), ella comentó una frase que marca la esencia de una farmacia: “La gente no va a la farmacia como va a comprar un par de zapatos, porque a la zapatería vamos felices, en cambio, a comprar un remedio vamos tristes y enfermos, en búsqueda de la ayuda del farmacéutico”, Alfredo siempre tuvo presente estas palabras que se reflejaron en su trato cercano y humano con los clientes.
Farmacia Del Valle, un ícono reginense.
Con su título en mano, Alfredo regresó a Villa Regina, decidido a poner en práctica todo lo aprendido. En 1964, abrió las puertas de su propia farmacia en la ciudad, un emprendimiento que nació con grandes desafíos pero también con una profunda vocación de servicio. En aquellos primeros días, la farmacia no contaba casi con productos cosméticos ni perfumería, “Mirar el sector de perfumería era ver acetona (se utiliza para quitar el esmalte de uñas) solamente, porque era costoso y en los comienzos no es prioridad ese tipo de artículos” comentó Alfredo con una sonrisa al recordar las estanterías de su querido negocio.
“Con el correr de los años nos dimos cuenta de que la gente confiaba en nosotros. Por los mismos clientes nos enteramos que los médicos nos recomendaban a los pacientes diciéndoles ‘Anda a la farmacia de Agnoletti, si no lo tiene él, no lo encontrás en otro lado’. Eso es algo que recuerdo con cariño”, recuerda Alfredo con una sonrisa nostálgica. Su farmacia pronto se distinguió por su calidad, no solo por los productos que ofrecía, sino también por el compromiso de su dueño con la comunidad.
Un pilar para la comunidad.
Las farmacias hace 50 años ofrecían productos que un jóven de hoy miraría confundido. El farmacéutico era el encargado de hacer preparaciones personalizadas, como cremas, medicamentos y vaselinas para los pacientes, con la receta escrita por un médico.
“Uno de los mayores logros de nuestra farmacia fue haber creado una relación de confianza con los pacientes. La gente venía porque sabían que íbamos a dar lo mejor de nosotros. En esos tiempos, no podíamos pedir un medicamento y esperar que llegara al día siguiente, así que siempre tratamos de tener todo lo que la gente podía necesitar”, recuerda con un brillo en los ojos.
Durante su tiempo al frente de la farmacia, Alfredo no solo trabajó en la salud, sino también en el desarrollo de la ciudad. Se asoció con otros profesionales como Martoglio y Calderón para abrir otras farmacias, y por más de 25 años, esta sociedad creció hasta llegar a tener seis farmacias en la región.
Además de ser farmacéutico, Alfredo fue un hombre de campo. Después de su jornada en la farmacia, se dirigía a la chacra para continuar con el trabajo que le permitía desconectar y estar en contacto con la tierra. Era común verlo trasladándose entre la ciudad y la chacra, con la misma pasión con la que atendía a sus pacientes. “El trabajo en el campo me enseñó muchas cosas, me dio la oportunidad de estar en contacto con la naturaleza, pero también de entender que todo en la vida requiere esfuerzo y paciencia”, dice Alfredo, mientras recuerda aquellos días.
La farmacia cerró pero el recuerdo sigue intacto.
Farmacia Del Valle cerró en 2017, después de 52 años de servicio a la comunidad. Sin embargo, su legado sigue vivo en los recuerdos de aquellos que lo conocieron y hoy recuerdan con cariño aquellos días.
Alfredo, hoy con 86 años, mira hacia atrás con orgullo, pero también con humildad. “Nunca imaginé que mi farmacia fuera a durar tanto, pero lo que realmente me enorgullece es haber sido parte de la vida de tantas personas. Hoy, lo más importante para mí es saber que, de alguna forma, dejé algo bueno en Villa Regina”, dice con una sonrisa que refleja años de trabajo y gratitud hacia su comunidad.
Hoy, Alfredo es también abuelo de siete nietos: Agustín, Lucía, Luciana, Matías, Juana, Emilia y Felipe, quienes, como él mismo cuenta con orgullo, siguen creciendo en un entorno lleno de afecto y valores. "Mis nietos son mi alegría, es un legado que continúa, y me llena de orgullo ver cómo crecen y forjan su propio camino", añade, destacando el vínculo cercano con cada uno de ellos.
En el marco de los 100 años de Villa Regina, Alfredo Agnoletti y su familia son un símbolo de cómo el esfuerzo, la dedicación y el amor por la comunidad pueden trascender generaciones. Su historia no es sólo la de un farmacéutico, sino la de un hombre que dejó una huella indeleble en el corazón de los reginenses.
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Alfredo y su madre. |
Algunos de los hermanos.
Alfredo y su esposa.
María Rosa, esposa de Alfredo, quien colaboraba en la farmacia.