HISTÓRICAS
REGINENSES.
Río Negro: historia en Villa Regina de la primera fábrica de conservas del Alto Valle.
Hacia 1932 las chacras de Villa Regina, en la Provincia de Río Negro, contaban con una gran variedad de cultivos, predominando las viñas para la vinicultura, diversas clases de frutales y el cultivo de tomates. Estos últimos, debido a su excelente calidad, tamaño y riqueza en vitaminas motivaron que se pensara en su aprovechamiento industrial en el lugar.
Rápidamente se llevaron a cabo los estudios científicos pertinentes y se recogieron opiniones técnicas luego de pacientes análisis de las propiedades nutritivas de los tomates valletanos.
Así se llegó a la conclusión de que el tomate ocupaba por entonces un destacado lugar en la dietética moderna por ser uno de los alimentos más ricos en vitaminas A, B, y C. Un Informe ad hoc señalaba:
"A los niños de corta edad se les receta jugo de tomate como uno de los alimentos indispensables en el régimen nutritivo y especialmente cuando están sometidos a alimentación artificial. La dificultad con que se tropieza corrientemente en las ciudades consiste en obtener tomates madurados en la planta y a un precio económico. Es necesario, para resolver, obtener un extracto de tomate doble concentrado, rico en vitaminas, elaborándolo con frutas escogidas cuidadosamente y cosechado a punto de madurez".
Hasta 1932, año en que se resolvió levantar una gran fábrica de extracto de tomates, parecía existir en el país la creencia de que en la Argentina no era fácil conseguir un producto capaz de competir con el importado. Esa creencia se apoyaba en los ensayos hechos hasta entonces en Rosario y en otras partes del litoral, donde no se contaba con un fruto de alta calidad y de pronunciado matiz colorado, como lo exige la industria con el fin de excluir el empleo de ingredientes o colorantes perjudiciales para la salud.
No obstante, ese año el directorio de la sociedad anónima Torrigiani y Bagliani, formado por los Sres. Roberto Lanusse, Ernesto Aguirre, Dino Piazza, Felipe Bonoli, Carlos J. Botto, Mario Carnero, Juan Riddel, Genesio Perazzo, Saverio Mazzacurati y Juan M. Reyna, resolvió explorar las posibilidades de instalar una fábrica de conservas en Villa Regina, teniendo en cuenta no sólo la prodigiosa fertilidad de la tierra, las condiciones favorables del clima y la seguridad de contar con abundante fruto por tratarse de una zona de regadío, sino también por el hecho de existir 400 familias de agricultores allí radicadas que, además de realizar sus habituales tareas agrícolas , podían facilitar la mano de obra femenina, requerida con preferencia y en gran número durante el período de la cosecha y de la fabricación. Admitidas esas posibilidades se puso manos a la obra.
Al tiempo que surgía la fábrica en Villa Regina, con su chimenea de 43,50 mts. de altura, otras dos funcionaban en Colonia Alvear (Mendoza), una en las proximidades de Quilmes (Bs. As.) y otra en San Pedro (Jujuy). De modo que la capacidad de producción de las fábricas nacionales de conservas de tomates por esos años llegó a ser superior en un 20% al consumo medio anual.
Por lo que se refiere a la calidad, el producto argentino industrializado ganó prontamente prestigio y según opiniones autorizadas de la época no tenía nada que envidiar al de procedencia extranjera.
EL FUNCIONAMIENTO DE LA FABRICA.
Desde un radio no mayor de 10 km. del lugar en que funcionaba, la fábrica recibía los tomates cuidadosamente escogidos entre los que se hallaban a punto de madurez. Llegaban acondicionados en una suerte de cajones pequeños a los que se llamaba "gabbietes". Después de verificarse el peso de cada cajón en la entrada del establecimiento, la carga era depositada en una amplia planchada formando elevadas pilas, evitando que el producto tomara contacto con el suelo.
Paulatinamente, los cajones eran retirados del depósito y conducidos hasta los tanques de agua que renovaban constantemente su contenido. Allí se volcaban los tomates para su lavado y eran conducidos después, mediante una sinfin, a la máquina trituradora. Una vez triturado, el producto pasaba a una pileta donde era absorbido por bombas que lo llevaban a la máquina encargada de eliminar el hollejo y la semilla.
La pulpa del tomate era llevada entonces a otra pileta, de donde nuevas bombas la impelian hacia los "boules", en los cuales el producto permanecía cinco horas bajo la acción del vacío producido a vapor.
Luego, el jugo concentrado pasaba a varios recipientes que eran vaciados en un depósito, del cual pasaba a otra máquina para ser distribuido por distintos conductos hasta los tubos que se utilizaban para llenar los envases de distintos tamaños.
Llenadas así las latitas bajo esos tubos automáticos, eran llevadas a varias mesas donde un grupo de obreras verificaba su peso con auxilio de pequeñas balanzas y una vez comprobada o rectificada la exactitud del mismo, los envases pasaban a las máquinas de cierre hermético , luego de lo cual quedaban listas para su transporte a los centros de venta.
El resultado final era un extracto que mantenía todas las cualidades de frescura, perfume y color del fruto, conservando intactas las vitaminas del tomate. Lo único que se quitaba al fruto durante el proceso industrial era el agua y la piel.
La fábrica funcionaba en rígidas condiciones de higiene y empleaba habitualmente un numeroso personal compuesto por hombres y mujeres de Villa Regina.
La construcción fue hecha en 1932 por el Sr. Martignone y la primera elaboración de conservas se realizó en 1933, utilizándose 2.500.000 kgs. de tomate. Según testimonios de Don José Luis Moschini, la sociedad compró a la CIAC los dos galpones que ésta tenía frente al Salado y utilizó sus chapas para techar la fábrica.
Sabemos que la maquinaria era de primera calidad. Había sido comprada en Italia. Y también de allí se trajo desde un comienzo al encargado de armarla y mantenerla posteriormente: el Sr. Piccinini.
En el recuerdo de algunos pioneros se conservó indeleble la visión trágica de aquella granizada descomunal del año 1934 que hizo perder toda la fruta desde Mainqué hasta Chichinales, a consecuencia de lo cual los chacareros de toda esa zona debieron plantar tomates y traerlos luego a la fábrica. Eso significó la existencia de una larguísima hilera de chatas y camioncitos que iban desde la fábrica hasta el almacén de Justo Fernández Flores, donde hoy se halla el Supermercado Calipso, y que podían tardar hasta una semana para descargar, según testimonios de Don Aldo Caporalini.
Sabemos que hacia 1935 el gerente de la fábrica era el cavalliere Armando Mignami.
Aproximadamente hacia 1943 la fábrica fue vendida a la firma Fioravanti y Cía que la explotó durante varias décadas.
En los últimos tiempos pasó a propiedad del Sr. Miguel Fernández y finalmente a la empresa Servicios Vertúa S.A. quien utiliza sus instalaciones como depósito de maquinaria y automotores, entre otras cosas.
La fábrica fue la primera en su tipo en toda la Patagonia siendo luego seguida por muchas otras. Dos o tres recuerdos de ella, hacia los años 50:
Los obreros y obreras yendo en bicicletas a tomar el trabajo todas las mañanas y su regreso al mediodía en caravana y la repetición del ciclo por la tarde. La imponente figura de la chimenea , monopolizando exclusivamente por entonces su vocación aérea y el clásico sonido de la sirena de la fábrica, marcando el inicio y cierre de cada turno, lo cual era aprovechado por todos para saber la hora exacta, en aquellos tiempos en que no había casi polución sonora en el ambiente local y por eso parecía que la sirena sonaba muy fuerte y se podía escuchar desde muy lejos.
FUENTE:
El Texto pertenece a una publicación del diario LA NACION, con fecha Martes 6 de marzo de 1934.
El mismo fue adaptado a la narración en tiempo pasado incluyendo agregados de investigación por parte de la Municipalidad local, ya que su finalidad es exclusivamente divulgativa.
En el Museo Comunitario de Villa Regina se encuentra expuesto en un panel el texto original.
http://www.turismo530.com/noticia_ampliada.php?id=6973
Rápidamente se llevaron a cabo los estudios científicos pertinentes y se recogieron opiniones técnicas luego de pacientes análisis de las propiedades nutritivas de los tomates valletanos.
Así se llegó a la conclusión de que el tomate ocupaba por entonces un destacado lugar en la dietética moderna por ser uno de los alimentos más ricos en vitaminas A, B, y C. Un Informe ad hoc señalaba:
"A los niños de corta edad se les receta jugo de tomate como uno de los alimentos indispensables en el régimen nutritivo y especialmente cuando están sometidos a alimentación artificial. La dificultad con que se tropieza corrientemente en las ciudades consiste en obtener tomates madurados en la planta y a un precio económico. Es necesario, para resolver, obtener un extracto de tomate doble concentrado, rico en vitaminas, elaborándolo con frutas escogidas cuidadosamente y cosechado a punto de madurez".
Hasta 1932, año en que se resolvió levantar una gran fábrica de extracto de tomates, parecía existir en el país la creencia de que en la Argentina no era fácil conseguir un producto capaz de competir con el importado. Esa creencia se apoyaba en los ensayos hechos hasta entonces en Rosario y en otras partes del litoral, donde no se contaba con un fruto de alta calidad y de pronunciado matiz colorado, como lo exige la industria con el fin de excluir el empleo de ingredientes o colorantes perjudiciales para la salud.
No obstante, ese año el directorio de la sociedad anónima Torrigiani y Bagliani, formado por los Sres. Roberto Lanusse, Ernesto Aguirre, Dino Piazza, Felipe Bonoli, Carlos J. Botto, Mario Carnero, Juan Riddel, Genesio Perazzo, Saverio Mazzacurati y Juan M. Reyna, resolvió explorar las posibilidades de instalar una fábrica de conservas en Villa Regina, teniendo en cuenta no sólo la prodigiosa fertilidad de la tierra, las condiciones favorables del clima y la seguridad de contar con abundante fruto por tratarse de una zona de regadío, sino también por el hecho de existir 400 familias de agricultores allí radicadas que, además de realizar sus habituales tareas agrícolas , podían facilitar la mano de obra femenina, requerida con preferencia y en gran número durante el período de la cosecha y de la fabricación. Admitidas esas posibilidades se puso manos a la obra.
Al tiempo que surgía la fábrica en Villa Regina, con su chimenea de 43,50 mts. de altura, otras dos funcionaban en Colonia Alvear (Mendoza), una en las proximidades de Quilmes (Bs. As.) y otra en San Pedro (Jujuy). De modo que la capacidad de producción de las fábricas nacionales de conservas de tomates por esos años llegó a ser superior en un 20% al consumo medio anual.
Por lo que se refiere a la calidad, el producto argentino industrializado ganó prontamente prestigio y según opiniones autorizadas de la época no tenía nada que envidiar al de procedencia extranjera.
EL FUNCIONAMIENTO DE LA FABRICA.
Desde un radio no mayor de 10 km. del lugar en que funcionaba, la fábrica recibía los tomates cuidadosamente escogidos entre los que se hallaban a punto de madurez. Llegaban acondicionados en una suerte de cajones pequeños a los que se llamaba "gabbietes". Después de verificarse el peso de cada cajón en la entrada del establecimiento, la carga era depositada en una amplia planchada formando elevadas pilas, evitando que el producto tomara contacto con el suelo.
Paulatinamente, los cajones eran retirados del depósito y conducidos hasta los tanques de agua que renovaban constantemente su contenido. Allí se volcaban los tomates para su lavado y eran conducidos después, mediante una sinfin, a la máquina trituradora. Una vez triturado, el producto pasaba a una pileta donde era absorbido por bombas que lo llevaban a la máquina encargada de eliminar el hollejo y la semilla.
La pulpa del tomate era llevada entonces a otra pileta, de donde nuevas bombas la impelian hacia los "boules", en los cuales el producto permanecía cinco horas bajo la acción del vacío producido a vapor.
Luego, el jugo concentrado pasaba a varios recipientes que eran vaciados en un depósito, del cual pasaba a otra máquina para ser distribuido por distintos conductos hasta los tubos que se utilizaban para llenar los envases de distintos tamaños.
Llenadas así las latitas bajo esos tubos automáticos, eran llevadas a varias mesas donde un grupo de obreras verificaba su peso con auxilio de pequeñas balanzas y una vez comprobada o rectificada la exactitud del mismo, los envases pasaban a las máquinas de cierre hermético , luego de lo cual quedaban listas para su transporte a los centros de venta.
El resultado final era un extracto que mantenía todas las cualidades de frescura, perfume y color del fruto, conservando intactas las vitaminas del tomate. Lo único que se quitaba al fruto durante el proceso industrial era el agua y la piel.
La fábrica funcionaba en rígidas condiciones de higiene y empleaba habitualmente un numeroso personal compuesto por hombres y mujeres de Villa Regina.
La construcción fue hecha en 1932 por el Sr. Martignone y la primera elaboración de conservas se realizó en 1933, utilizándose 2.500.000 kgs. de tomate. Según testimonios de Don José Luis Moschini, la sociedad compró a la CIAC los dos galpones que ésta tenía frente al Salado y utilizó sus chapas para techar la fábrica.
Sabemos que la maquinaria era de primera calidad. Había sido comprada en Italia. Y también de allí se trajo desde un comienzo al encargado de armarla y mantenerla posteriormente: el Sr. Piccinini.
En el recuerdo de algunos pioneros se conservó indeleble la visión trágica de aquella granizada descomunal del año 1934 que hizo perder toda la fruta desde Mainqué hasta Chichinales, a consecuencia de lo cual los chacareros de toda esa zona debieron plantar tomates y traerlos luego a la fábrica. Eso significó la existencia de una larguísima hilera de chatas y camioncitos que iban desde la fábrica hasta el almacén de Justo Fernández Flores, donde hoy se halla el Supermercado Calipso, y que podían tardar hasta una semana para descargar, según testimonios de Don Aldo Caporalini.
Sabemos que hacia 1935 el gerente de la fábrica era el cavalliere Armando Mignami.
Aproximadamente hacia 1943 la fábrica fue vendida a la firma Fioravanti y Cía que la explotó durante varias décadas.
En los últimos tiempos pasó a propiedad del Sr. Miguel Fernández y finalmente a la empresa Servicios Vertúa S.A. quien utiliza sus instalaciones como depósito de maquinaria y automotores, entre otras cosas.
La fábrica fue la primera en su tipo en toda la Patagonia siendo luego seguida por muchas otras. Dos o tres recuerdos de ella, hacia los años 50:
Los obreros y obreras yendo en bicicletas a tomar el trabajo todas las mañanas y su regreso al mediodía en caravana y la repetición del ciclo por la tarde. La imponente figura de la chimenea , monopolizando exclusivamente por entonces su vocación aérea y el clásico sonido de la sirena de la fábrica, marcando el inicio y cierre de cada turno, lo cual era aprovechado por todos para saber la hora exacta, en aquellos tiempos en que no había casi polución sonora en el ambiente local y por eso parecía que la sirena sonaba muy fuerte y se podía escuchar desde muy lejos.
FUENTE:
El Texto pertenece a una publicación del diario LA NACION, con fecha Martes 6 de marzo de 1934.
El mismo fue adaptado a la narración en tiempo pasado incluyendo agregados de investigación por parte de la Municipalidad local, ya que su finalidad es exclusivamente divulgativa.
En el Museo Comunitario de Villa Regina se encuentra expuesto en un panel el texto original.
http://www.turismo530.com/noticia_ampliada.php?id=6973
Publicado en "El Reginense" Guillermo Pirri Argentino, noviembre del 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario