Guido Pancani llegó a la Argentina con sólo 20 centavos. Lo
exiliaban de Italia sus creencias socialistas. Aquí logró un mejor porvenir
para su madre, su esposa y sus hijas.
Guido Pancani llegó al puerto de Buenos Aires desde la
italiana ciudad de Pistoia en 1923. Siempre contaba que había llegado al azar,
con 20 centavos en el bolsillo, sin recomendaciones y sin conocer absolutamente
a nadie. Cuarenta años después, este incansable trabajador y gran luchador por
el cooperativismo había logrado tener su chacra en Villa Regina y una
ferretería que aún hoy abre sus puertas.
La historia comenzó cuando Guido llegó al puerto de Buenos
Aires, en el ’23. Al poco tiempo consiguió trabajo en la Dirección de
Irrigación, entidad encargada de realizar las obras de los canales de riego en
el Valle de Río Negro. Así fue como Guido conoció la zona de Cervantes, a la
que describía como “desierto, jarilla, agua turbia, muchas martinetas y liebres”.
“Confieso que me cansé de la soledad –explicaba años más
tarde a una publicación local de Villa Regina–. Me trasladé a Ingeniero White y
tres meses después me embarqué con el propósito de establecerme en Estados
Unidos, deseo que no pude cumplir, desembarcando en Francia para retornar a
Italia. Indudablemente, en mi interior se desataba una verdadera lucha que me
confundía hasta el extremo de no dudar en cruzar y recruzar el océano”.
“No estuve mucho tiempo en Italia porque comenzó a operarse
en mí un cambio notable –continuaba relatando–. A medida que transcurrían los
días, se acrecentaba en mi ánimo el recuerdo de mi breve paso por la Argentina,
hasta que terminó por transformarse en una obsesión. Lo que antes no me había
gustado ahora me invitaba a volver, a tentar fortuna, a comenzar de nuevo. No
tuve más remedio que volver a la Argentina para estar tranquilo conmigo mismo”.
Guido decidió instalarse en Villa Regina y plegarse al original emprendimiento
colonizador. Era 1926 y hacía poco tiempo que se había formado la Compañía
Italo Argentina de Colonización.
Como muchos de los inmigrantes, Guido compró a largo crédito
diez hectáreas de tierra bruta que desmontó, emparejó y plantó. Una vez que
consiguió ubicarse en su propia tierra, mandó a llamar a su madre, Justina, y a
sus dos hermanos, Antonio y Marino, para que se instalaran junto a él. Así se
reunieron y trabajaron su chacra.
“Una vez que se instalaron ellos, mi nonna le dijo a papá
que le gustaría que se casara con María Chiti, una joven vecina de la familia
en Pistoia –cuenta Delia, una de sus cuatro hijas–. El sabía que no podía
gastar dinero en un pasaje hasta Italia sin antes tener la confirmación de que
María lo iba a aceptar, y fue por eso que le escribió una carta con la
propuesta. María aceptó y Guido viajó a Italia. El padre de María no quería que
ella se casara y se viniera a la Argentina, porque decía que si emigraba no la
iba a volver a ver nunca más en su vida –continúa Delia–. Pero mamá igual se
casó con papá y se vino, con sólo 18 años”. María no volvió a ver a su padre.
En Regina, Guido y María tuvieron a sus dos hijas mayores,
Mari y Elda. Como ya eran muchos para vivir de la chacra, el matrimonio decidió
instalarse en Tres Arroyos, donde Guido vendía productos del Valle como
manzanas y sidra de la cooperativa “La Reginense”. Allí vivió desde el año ’35
hasta el ’40, cuando el matrimonio decidió volver cerca de su familia e instaló
un comercio de ramos generales en la calle 25 de Mayo, “donde hoy se encuentra
el Club Social Colonia”, afirma Elda, su segunda hija.
De regreso en Villa Regina, el matrimonio tuvo otras dos
hijas mujeres que completaron la familia: Delia y Silvana. Guido reinvertía
cada centavo que ganaba apostando a su ciudad adoptiva y fue así como, además
de trabajar su chacra, que llegó a tener 32 hectáreas, inició varios negocios.
Uno de los más importantes fue un aserradero, que creó con la colaboración de
su yerno Darío Durazzi.
Guido siguió trabajando en su ferretería, y en 1950 el
negocio y la casa de los Pancani se instalaron en Don Bosco y Santa Flora. En
este terreno se harían luego dos edificaciones más, en 1963 y en 1976, donde
hoy sus hijas lo recuerdan.
Un hombre de convicciones firmes.
“Soy cooperativista por convicción –se definía Guido–, es
una necesidad espiritual porque el cooperativismo es escuela de buenas
costumbres y una brillante oportunidad para demostrar la solidaridad humana”.
Estas marcadas convicciones acompañaron al incansable
italiano durante toda su vida y fueron la principal causa de su llegada a
América Latina.
“Papá era un socialista acérrimo –explica Silvana, su hija
menor–. En realidad, se vino por eso, porque decía que, si no venía, Mussolini
lo mataba”.
Guido aseguraba que la vida es trabajo y experiencia,
experiencia y más trabajo, y no se cansaba de repetir e intentar transmitir el
amor que sentía por su segunda patria.
“Estamos pisando la zona más rica de la Argentina –afirmaba
en una entrevista publicada en 1964–. Y yo deseo que muchos muchachos
argentinos puedan hacer más de lo que yo y otros colonos hemos logrado aquí, en
el Valle”.
Publicado en Diario “Río Negro”, sábado 11 de febrero de
2006.